17. Sentir sus manos sobre mi

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Henley

Tuve una semana de mierda. Pude haber estado en Italia si yo lo quería; pero esa rubia, por la que no podía esperar a ver un maldito día se apoderaba de mis pensamientos.

En un inicio tenía planeado hablar con ella, como socios, sobre las cláusulas estipuladas en el contrato en el que ella debió estar presente. Si se lo decía no debía importarme las decisiones que tomara, solo que cumpliera con lo que debía.

Sin embargo, ya no solo se trataba de mi socia. Si optaba por hacer lo que debía ser ético estaba seguro que ella hubiese encontrado la manera de solo realizar el viaje para dejar en marcha su parte del proyecto y un encargado de su confianza haría el resto en Italia.

Lo que debí haber hecho yo cuando firmé el contrato.

—Así que no te importó perder millones estos meses —Ergy podía ser un amigo insoportable cuando se lo proponía.

—Solo fueron unos millones —tal vez antes me hubiera interesado más que aquellas ganancias porque era lo único relevante en mi vida empresarial— y creo recordar que dejé a cargo a alguien para que eso no ocurriera.

—Soy tu maldito abogado, no una figura pública a la que la gente adora y las mujeres quieren entrar en su cama —lo miré con incredulidad, por el cinismo con el que lo dijo, y lo entendió— esta bien, tenemos cosas en común; pero sabes que no soporto a tus socios y a esos estúpidos ejecutivos que solo esperan tus órdenes.

—Te pago una generosa cantidad de seis ceros —sonrió satisfecho con mis palabras, el dinero movía a este hombre.— sin mencionar que estás en uno de los mejores bufet de abogados, deberías agradecerme.

—Vamos, pareces irritado desde que llegaste de Estados Unidos —tomó un vaso del minibar de mi oficina y escogió libremente en una de las etiquetas de colección que tenía— creo que nadie calentó sus sábanas esta semana... es realmente sorprendente.

—Cállate —ordené pasando dos dedos por el puente de mi nariz. No necesitaba recordarme ese detalle; tal vez empezaba a ser evidente mi irritación o solo era la falta de adrenalina que me hacía falta.

—Por cierto, tú y esa mujer están en algo —sonrió pícaramente mientras me entregaba un vaso con hielo y volvía a sentarse.

—Nada que no pueda manejar —no iba a compartir lo único privado que tenía con la rubia. Así como Mackena estaba al tanto de mi vida empresarial, Ergy sabía todo mi historial sobre mujeres y lo último que quería ahora era su interés por lo que estaba haciendo con mi vida personal

—¿Enserio? —su carrera lo convertía en hijo del demonio y jamás se rendía para buscar respuestas y usarlas a su conveniencia— vi lo perfectos que se veían en esa revista —vaciló jugando con su anillo, decía que era algo de la suerte, pero yo lo asociaba más con algún tipo de amuleto maligno, solo para molestarlo.

—Ese es el punto, que vean lo perfectos que somos —sonreí bebiendo un gran sorbo del líquido

—Ella lo es, pero tú... —lanzó una mirada jocosa y negó con diversión— causando problemas por donde quieras que vayas.

—Puedo decir lo mismo de ti.

—Lo siento, amigo, pero yo sí se como cubrir mis aventuras. —aún recordaba su última aparición en prensa amarilla y eso había sido un gran problema

—Tu yo adolescente te observaría incrédulo —su rostro se puso rígido y supo a lo que me refería— no somos tan diferentes, amigo.

Unos segundos de tensión llenaron el ambiente, pero soltó una carcajada antes de tomar otro sorbo y rellenar el vaso sin temor a que me enfadara por tomar de una de mis reliquias.

[+18] STATUS | Navier y HenleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora