Epílogo

1.1K 97 62
                                    

24 de marzo de 2019

Lo sabía. Cuando había llegado a la academia supe que la nostalgia me invadiría y me atormentaría el dolor por no poder verla, por no poder escucharla ni sentirla.

Había escapado de la academia a mis 15 años, jurando ser lo suficientemente inteligente para dar un buen salto en el tiempo. Creí que volvería esa misma tarde y luego me llevaría a mi novia conmigo, pero el destino era una mierda.

Mi parada había sido el apocalipsis. Por 45 años solo, sin nadie que pudiera sostenerme cuando me derrumbaba por el dolor. Dolores fue un consuelo, fue una gran amiga y compañía, solía ser un poco más callada que Victoria, pero al final fue la única que estuvo conmigo en mi castigo por mi rebeldía.

A los 16 años, llegando a una biblioteca que por misericordia de Dios se encontraba en pie, encontré el libro que había escrito Vanya. Lo había dejado en el carrito junto a Dolores y una pila de libros, y cuando leí cómo fue la muerte de Victoria mi corazón se partió en mil pedazos. Y no me importó llorar frente a Dolores, porque quien había muerto no era cualquiera, era mi chica, por la que me había estado esforzando en volver a viajar en el tiempo para ir a buscarla, pero si ella ya no estaba, ¿dé qué me servía volver?

Pasé por todas las etapas de duelo.

Me negué a creer que había muerto. No me cabía en la cabeza, Victoria siempre había sido fuerte aún cuando se sometía a quizás qué mierdas por complacer al viejo. Me enojé conmigo mismo por haber sido un idiota que decidió viajar en el tiempo sin esperarla a ella, tal vez, si la hubiese esperado, ella no habría muerto. Traté de buscar una manera de volver antes de su final y poder salvarla. Intenté e intenté, pero no lo logré y simplemente caí rendido, llorando día y noche por ella, y creo que nunca llegaría a la etapa de aceptación.

El día de mi regreso, mientras todos estaban en el funeral de ese viejo, yo estaba en su dormitorio. En aquel donde tantas noches nos habíamos besado, tocado y suspirado el uno por el otro.

Las cosas seguían igual, el retrato que ella había hecho de mí y que yo no había alcanzado a ver estaba en la sala de la academia, encima de la chimenea. Era igual de bonito como el de sus padres que colgaba en la habitación.

No podía ir a ningún cementerio, a ningún parque, a ningún lado a despedirme de ella, porque la habían cremado después de que su cuerpo quedara sin piel y Reginald se había encargado de ser él quien guardara las cenizas de mi novia, sin decirle a nadie dónde habían quedado escondidas.

Ahora me encontraba frente a un problema gigante. Detener el apocalipsis, pero no sabía si lo lograría porque mi corazón seguía roto. No sabía si estaba perdiendo la cordura o algo similar, pero al estar en su cuarto creía que aún podía sentir su presencia, su aura, escuchar el eco de su risa y sus labios pronunciando mi nombre.

Me recosté en su cama, mirando el techo. Miré a un lado, a su mesita de noche, y pude ver que encima de esa pila de libros de romance que ella solía hacer con sumo cuidado estaba el collar que yo le había dado. El que tenía mi inicial y el que había estado con ella cuando falleció, según decía el libro de Vanya.

Tomé el collar y lo apegué contra mi pecho y cerré mis ojos. Solo deseé sentirla de nuevo conmigo, entre mis brazos, besándola o simplemente volviendo a molestarla como lo habíamos hecho cuando nos habíamos conocido.

No había ninguna foto de ella, nada, y tenía miedo que su rostro se volviera borroso en mi mente y no pudiera recordarla. No sabía hacer retratos como ella, y solo me quedaba aferrarme Aferrarme a todos los momentos significativos; a la última vez que la vi, a la vez que la besé por primera vez, cuando la toqué y ella me tocó a mí, a la vez que la vi por primera vez y se me hizo una niña demasiado risueña para mi agrado.

𝐌𝐲 𝐥𝐨𝐯𝐞 𝐰𝐢𝐥𝐥 𝐧𝐞𝐯𝐞𝐫 𝐝𝐢𝐞 - Five HargreevesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora