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Kagome despertó dentro del pozo, no sabía cuánto tiempo había pasado, pero al salir, ya no estaba en el templo, si no, que estaba en un frondoso bosque, el pozo estaba cubierto de lianas, el cielo brillante en un perfecto azul sin rastros de contaminación.

Era hermoso, y de algún modo se sentía en casa, caminó hasta perderse en los árboles, guiada por sus instintos de que sabía dónde debía ir o dónde deseaba ir más bien.

La suave brisa golpeaba su rostro, siguió caminando hasta que llegó a una vieja aldea, estaba solitaria, como si quienes vivieron ahí se habían marchado hace mucho.

Se acercó a una cabaña lejana, entró encontrando una vieja y maltratada mochila amarilla que conocía muy bien, la tomó encontrando adentro algunas revistas y fotografías.

Las tomó con cuidado, quitando el exceso de polvo, en ellas, aparecía Inuyasha y ella misma, había otras con Sango, quien se mostraba algo asustada, quizá por la tecnología en aquella época.

Escuchó ruido fuera, salió topandose con Kagura, pero no vestía como cuando llegaron al templo, ahora usaba un kimono en tonos blancos y burdeos, unos círculos y algunas mariposas, su cabello estaba tomado en un chongo y dos plumas resaltan.

–¿Es tu verdadera apariencia?– pregunta dejando las fotografías a un lado y caminando a ella– eres...preciosa.

–Gracias– dice con una sonrisa-.

–¿Que quieren todos de mi?– preguntó mirando el cielo– ¿por qué se supone que soy importante?

–Antes de morir aquí, guardaste la perla de Shikon en algún lugar– hablaba mientras caminaban por el lugar– cuando naciste allá y no tenias tus recuerdos, todos quisieron buscarla para cumplir sus sueños, el que te tuviera podría obtener la perla.

–¿Tan importante es?– mira todo el lugar– ¿y como sabré lo que busco?

–Ven conmigo– como lo hacía antes, usaron una de las plumas para ir volando– solo hay un lugar donde alguien como tu guardaría dicha perla.

Kagura la llevó al monte de las animas, donde le explicó que solo ella podía ver la perla, le dio una breve descripción de como era para que supiera lo que buscaba y la esperó a los pies de la montaña.

Kagome subía despacio, todo era rocoso y temía lastimarse, el lugar era algo feo para estar lleno de energía espiritual, cuando logró llegar a una superficie plana se giró, pudo ver el frondoso bosque, el cielo azul con nubes y ese aire fresco, todo era hermoso.

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No sabia con exactitud cuanto llevaba en ese monte, había entrado a algunas cuevas pero nada, no podía ver la dichosa perla, se estaba cansando, tenía hambre y miedo de estar ahí sola sin saber defenderse, aun que por lo que veía, toda criatura ya no habitaba en el Sengoku.

Escuchó una rama romperse, tomó una piedra qué estaba ahí y se preparó para atacar, esperaba que fuera algún demonio, quizá un animal salvaje, pero no un niño de cabellos rojizos y preciosos ojos esmeralda, junto a una gata de dos colas.

–Kagome, si has vuelto– dijo el pequeño sacando una hoja que traía pegada a su cabello, se esparció un humo blanco y vio al mismo muchacho pero más grande– Has venido por mi.

–Lo siento, pero no soy la Kagome que conoces– mordió su labio al ver el dolor en su mirada– bueno, se supone que si soy, pero no tengo los recuerdos– explica moviendo sus manos– ¡por kami, todo esto es confuso!

–Tranquila, dijiste que esto podría pasar– habló el niño sacando de sus ropas la perla qué ella tanto buscaba– toma, estas aquí por esto.

Kagome tomó la perla en sus manos, sintió una paz enorme al recibirla, y de un momento a otro, su mente se llenó de recuerdos, buenos y malos, tristes y alegres, algunos dolores persistian y otros sintió que pasaban.

"Una Kagome de casi cuarenta años caminaba por el bosque, la versión más joven de ella miraba todo desde lejos, seguramente eran sus memorias antes de morir.

¿Shippo? Se que estas ahí– ella miró en su dirección, por un momento se asustó pero vio al niño salir de donde ella estaba, atravesandola, ellos no la veían– te dije que te quedarás con Sesshomaru.

–Se donde vas, no quiero que estés sola– habló con miedo y tristeza– ¿por qué no dejas que te acompañemos?

–No quiero ver su dolor antes de morir– susurró con lágrimas acumuladas– se que me va a recriminar el no decir nada a nadie.

La vio llorar, agachada y aferrada a Shippo, tenía la perla en sus manos, esta brillaba intensamente.

–Pudo ayudarte– dijo Shippo aguantando sus lagrimas– debiste pedir ayuda, pero siempre creías que podías hacerlo sola.

–El veneno que Naraku dejó en mi cuerpo avanzó rápido en los tres años que tardé en regresar– acarició las mejillas del niño sonriendo– aún si vine aquí y que Sesshomaru intentara marcarme retraso el progreso, nada ni nadie podía salvarme.

–Prométeme que algún día volveráspidió sollozando– por favor.

–Un día lo haré, quizá no pueda recordar nada o quizá lo recuerde todo, pero tu eres quien debe guardar la perla por mi– le entregó la perla y llamó a Kirara, quien se había quedado con ella desde que Sango y Miroku se fueron para vivir su vida– Estarás a salvo en el monte de las animas, su energía crecerá y cubrirá la de la perla."

La ojiazul abrió los ojos, lloraba mientras recordaba el dolor que sufrió al morir, a los pies de un árbol, donde el veneno terminó de consumir su corazón y murió sabiendo, que jamás pudo darle una familia a Sesshomaru, jamás pudieron tener hijos y se prometió en otra vida hacerlo.

–Shippo– dijo tomando el rostro del niño que ahora debía tener unos 20 años humanos, su apariencia había cambiado– lo siento tanto, por dejarte.

–Pero estas aquí– respondió abrazándose a ella– Has venido por mi, por la perla– Shippo tomó su rostro y mostró la más hermosa sonrisa– podremos ir a tu época y ser felices, como siempre quisiste.

Kagome asintió, lo tomó de la mano y también llevaron a Kirara, quien hizo más fácil la bajada del monte, la ojiazul logró ver a Kagura y desde lejos la saludó para hacerle entender que ahora podrían irse.

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⏰ Última actualización: Sep 10 ⏰

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