Otoño de 1882
Se acercaban las Pascuas y toda la gente se aprestaba para asistir a los oficios El tiempo había aflojado por fin, haciendo benignas las tardes y las noches con una brisa fresca y acogedora. Era la hora de la siesta. Isaura dormitaba en el catre, cuando un siseo extraño la despertó. Una mujercita aborigen la miraba desde el umbral.
—¿Qué haces aquí? ¿Por qué has entrado sin tocar? —preguntó enojada Isaura.
—Disculpa mamay(1), necesito tus mamaquras(2), estoy chichu(3)—contestó la chinita con voz cantarina.
—Yo no hago esos trabajos —respondió, seca—, búscate a otra.
Pero miró a la niña y se compadeció. No pasaría de los trece años y era india, por lo que la concepción, con seguridad, no había sido deseada.
— ¿Cómo te llamas? —le preguntó Isaura, ya despabilada.
— Estoy bautizada «crestianamente» como Brígida, pero mi paya me ha «nombrau» Qillqa(4). Cuando he venido al mundo, las awichas le han soplado a la oreja que yo iba a escribir.
—¿Mamaiqui tataiqui(5)? —preguntó Isaura.
Qillqa bajó la mirada.
—Wuañusgacun(6). Yo soy de los tucumanes(7). Mi achimama(8) me ha «ubicao» en las casas de'oña Eulalia Alcorta cuando era chami(9). Es buena la misia.
—Y sabes escribir ¿po'? —preguntó Isaura mordida por la curiosidad, pero también para espantar la tristeza de los ojos de la joven.
—He aprendido en el convento con el cura Benito. La verdad, mucho no me gusta, porque no me deja hablar quichua, solo castellano. En cuanto largo algo me da guasca(10). Me manda la doña, por si ella se enferma, pa' que sepa hacer recado al marido que siempre está «ajuera»(11) de la casa. El quichua es más mejor pa'mí, algunas palabritas me enseña en secreto la Filomena, la hija de doña Argentina, que alguito sotea(12).
—¿Y quién te ha «preñao»? —preguntó Isaura, pero no obtuvo respuesta porque Qillqa salió corriendo hacia la calle.
No la volvió a ver hasta una noche helada de julio, en que le tocó la puerta con el último aliento. Cuando Isaura, cada vez más acostumbrada a visitas a cualquier hora, abrió, la india trastabilló y la miró con ojos perdidos. Hervía por la fiebre y sangraba por abajo.
—Way yaryway kunan chisi (13) —alcanzó a decir y se desplomó en sus brazos.
—Jamuy caiman(14). ¡Pero ¿cómo te has hecho esto, chinita?! —expresó Isaura, mientras la soliviaba como podía y la acostaba en el catre.
Hizo una observación rápida y determinó que la hemorragia no era excesiva como para desangrarla. Algo bueno. Pero la calentura la iba a matar, tenía que bajar la fiebre urgente. Palpó el bajo vientre del que asomaba un bulto incipiente. El fruto estaba adentro todavía. La adolescente deliraba diciendo incoherencias, en una mezcla de quichua y castellano.
Isaura reunió con premura todas las plantas que ayudaban a bajar la fiebre: tomillo, quimpi palán palán, genciana. De nada sirvió, la temperatura bajaba, errática, y contraatacaba cada vez con más furia. Además, la niña, que alternaba una lucidez precaria con el adormecimiento, no podía tomar una cantidad suficiente de la infusión, así que Isaura probó haciendo sahumos o koas, al quemar las hojas en un brasero. No hubo gran resultado.
Pasaron varias horas. En un momento, la jovencita pareció recuperar la conciencia.
—¿Allillanñachu kanki ?(15)—preguntó Isaura.
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El linaje
Historical FictionCuatro mujeres unidas por más que la sangre... Magia, naturaleza, amores y desamores. Un linaje que inicia con Isaura en el Santiago del Estero de 1860 y continúa casi hasta la actualidad. Historia a publicarse próximamente con Editorial Vanadis.