Isaura - Parte XI

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Abril de 1887

Pasaron los meses de verano habitando el amor.

Un día, el inglés, con manos nerviosas y labios titubeantes, le dijo:

Munakuyki,(1) Isaura.

La mujer, que no se lo esperaba, tuvo una reacción desmedida por el susto y lo abofeteó.

Fue la primera pelea seria que tuvieron. Él no la entendía. La bofetada terminó en la cama después de un pedido de perdón lánguido por parte de la mujer, porque con el cuerpo ella le podía transmitir todo lo que no podía transmitir su boca. Y él sabía que lo amaba, lo sentía en su corazón, aunque nunca tuviera la certeza de su palabra.

Calandre necesitaba concretar su amor. Sabía que tarde o temprano lo trasladarían a otro destino.

Venían vientos de cambio en la compañía. Desde la promulgación de la ley 280 en 1868, que autorizaba la construcción de una línea de ferrocarril que partiera desde Córdoba a Salta, pasando por Tucumán, había fluido mucha agua bajo el puente. La línea corría por cuenta del Estado con contratistas extranjeros de las empresas Teleefer a la que él pertenecía. Se terminó en 1877 y se denominó Ferrocarril Central Norte. Fue en esa época el trayecto de tren más largo de Sudamérica. Entre 1884 y 1886 se habilitaban los ramales de Frías a Santiago del Estero y de Recreo a Chumbicha, provincia de Catamarca. Hacia 1886 también se inauguraba el trayecto de Tucumán a Juramento (Salta). Transcurría el 1887 con rumores preocupantes. Le habían informado a Calandre de manera extraoficial, que parte de estas líneas iban a ser traspasadas a otra compañía inglesa. Sabía que los rumores siempre traían parte de verdad, por eso prenden como pólvora.

Entonces, en ese abril de 1887, decidió viajar a Frías para obtener más datos.

Cuando el inglés le contó a Isaura de su viaje, a ella se le llenaron los ojos de nostalgia. Se trataba de Choya, su lugar. Se trataba de sus orígenes. Aunque hubiera nacido en la Choya catamarqueña, para ella era lo mismo. Las sierras, los frutales y sus humedales. El sitio en donde había nacido libre y soberana. El sitio en donde yacían sus ancestras. Ante la invitación de Frederick, dijo que sí.

Durante el viaje, Isaura estuvo pasmada. Era la primera vez que viajaba en tren. El concepto de velocidad era algo nuevo para ella. Nada despreciable para alguien que se desplazaba en el lomo de un animal, o en un carro tirado por el mismo. Miró por la ventanilla y se encontró con que de pronto los árboles se dirigían hacia atrás. Él vértigo la sorprendió peleando con su propia inercia. Y sí, los ojos no la engañaban, el monte se movía de loca manera en sentido contrario a su trayectoria. El efecto era abrumador. La campiña se difuminaba en una mancha verde que huía apurada de la serpiente de metal. Isaura se confundía al mirar hacia afuera porque sentía que estaba quieta ante la velocidad del paisaje. Estuvo un buen tiempo experimentando esa sensación rara y nueva, hasta que los ojos se cansaron y tuvo que cerrarlos para recuperarse. Ahí sintió el efecto de la velocidad misma, del desplazamiento propio que esta vez no dependía de sus pies. Llegar a Frías en ocho horas era algo inaudito para ella. En una misma jornada, estaría a sesenta leguas de Santiago Capital. Las mismas leguas que a ella, en carreta, le habrían llevado unos dos días.

El ferrocarril, con su avidez de distancia, se comía la preocupación de hacerse de víveres y de cobijarse de la intemperancia del clima. Cambiaba por completo el concepto de frío, de calor, de lluvia, de caminos anegados, de peligros, la sensación de suciedad, de cansancio. Pero también anestesiaba los sentidos. El olor de los vegetales silvestres, el calor de un fuego a la intemperie, la sensación del rocío en el cuerpo. El sonido del monte aletargado se había reemplazado por el ruido regular y permanente del tren, como un ronroneo metálico. Calandre le daba la mano sabiendo de antemano todo lo que ella estaba pasando.

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