—Carajo, ahora cómo nos volvemos —le decía Isaura a una Qillqa que la seguía al trote desde atrás—. ¿Adónde estará ese gringo del sulky? Si no lo encuentro, nos volvemos caminando, pero me quiero ir de aquí.
Qillqa la escuchaba callada. Sabía que su Mamay era tranquila por naturaleza, pero cuando se le despertaba el espíritu indio era mejor no contradecirla. Mientras caminaban, Qillqa pudo ver de reojo que las mujeres del lugar, todas rubias y , estaban sentadas en una mesita en la galería de las casas. Tomaban el té con tazas de porcelana y la tetera haciendo juego.
Ella no lo sabía, pero hubiera sido fácil deducir la hora.
Estaban llegando al portón de la entrada cuando el cielo se oscureció. Una nube negra se cernía sobre ellas.
—Lo que nos faltaba —Isaura miró hacia arriba y dijo, con el índice levantado—, me están jugando una mala pasada, ustedes.
Como si fuera una contestación, el firmamento se iluminó de relámpagos centelleantes. Los truenos no tardaron en hacerse oír, como un retumbo poderoso que hacía vibrar la tierra. Después, la lluvia que tanto había escaseado en la estación decidió presentarse en ese preciso momento.
—Nos vamos igual, Qillqa —insistió Isaura, pero Qillqa se paró en seco. Ella les tenía terror a las tormentas, porque de niña un rayo había caído en su ranchada y había matado a sus padres.
—No, Mamay, yo me quedo aquí, tengo miedo, el supay (1) se aquerencia del refucilo y si nos visita mamaruntu(2) nos vamos a lastimar la uma(3).
— ¡Bah! Chinita miedosa, es yaku (4) nomás.
Pero Qillqa se había estancado en el lugar como una mula y no se movía, mientras unas gotas rebosantes empezaban a mojarlas.
La lluvia se acrecentó. Una cortina de agua caía sobre las dos mujeres, empapándolas. Era tan intensa que no podían mirarse.
Mientras tanto, Tenti llegó al lugar.
— ¡Doña Isaura! ¡Doña Isaura!, por favor, esto es una locura, no se vaya, ¡la tormenta viene muy peligrosa!
—Don Tenti, es solo agua. Si usted es tan amable, pídale al muchacho del sulky que nos acerque a casa. A mí no me molesta la lluvia —contestó la sanadora.
—Doña Isaura, no sabe cuánto me gustaría complacerla, pero me es insostenible hacerlo. Con estas precipitaciones los caminos se anegan con rapidez y es imposible pasar para la cuidad.
Al ver la mirada incrédula de la otra, se lo juró por Dios y María Santísima, y siguió argumentando para convencer a la mujer:
—Si no me cree, llamo a George, el carrero, para que se lo explique. Y aparte quisiera disculparme por mi inoportuno comentario. En ningún momento pensé que usted venía por interés alguno. Sé de su vocación para el trabajo con las hierbas y también de su sabiduría. No he querido ofenderla bajo ningún punto de vista, más teniendo en cuenta la mejoría que ha logrado en don Frederick. Es que a mí me aterrorizan los enfermos y el ingeniero no tiene quién lo cuide aquí —se dirigió a Isaura con la misma mirada de súplica de antes, que en la mujer tenía un efecto poderoso.
—Don Tenti —dijo resignada la sanadora—, vuelvo a repetirle que yo no sé si ese hombre va a vivir. Todavía su vida corre peligro, así que no se haga ilusiones. Y por último... —siguió, ya derrotada ante lo irrealizable de sus deseos—, de quedarnos, necesito que nos provea de un lugar en donde podamos estar solas la niña y yo, para proteger nuestro honor.
Tenti sonrió feliz y aliviado.
—Delo por descontado, mi señorita. Sus deseos son órdenes.
Hizo una reverencia exagerada e intentó besarle la mano a Isaura, que con agilidad la retiró.
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El linaje
Historical FictionCuatro mujeres unidas por más que la sangre... Magia, naturaleza, amores y desamores. Un linaje que inicia con Isaura en el Santiago del Estero de 1860 y continúa casi hasta la actualidad. Historia a publicarse próximamente con Editorial Vanadis.