Clarisse
El carruaje avanzaba por el camino de grava que conducía al palacio Weickert, residencia del duque de Schulzenberg y su familia.
Estaba tranquila, a pesar de dirigirme al que iba a convertirse en mi nuevo hogar para... siempre. Después de todo, había nacido para ello.
Mis padres me habían comunicado la noticia una semana antes de mi partida. No recordaba mucho de cómo había ocurrido. Estaba en mi salón preferido de casa junto a Daisy ojeando el nuevo número de Le Moniteur de la Mode, la revista de moda favorita de mi hermana, cuando una doncella vino a buscarme. Los duques me requerían en el despacho. El anuncio fue breve y conciso, sin oportunidad alguna de protestar o hacer un comentario siquiera. Tan pronto como ocurrió, y con la mente en blanco, subí a mi habitación, donde las doncellas ya habían comenzado a sacar mis vestidos para lavarlos y arreglar algún descosido que otro.
Mucho más duro fue comunicárselo a Daisy. Le pedí a mamá que me dejara hacerlo. Daisy comenzó a llorar por lo mucho que iba a extrañarme, y yo a ella. Aquella noche, y todas las que prosiguieron antes de mi marcha, decidí quedarme a dormir con ella. Tampoco pude pensar en cómo me sentía entonces, pero de nuevo, era lo que se esperaba de mí, aunque había aprovechado el largo viaje para pensar cómo sería mi nueva vida en Berlín.
Nunca había salido de Inglaterra y muy pocas veces de la capital londinense, por ello siempre había sentido cierto interés sobre los grandiosos viajes de los que alardeaban los lores en los bailes a los que asistía. Si quería conocer algún detalle tan solo debía actuar como una mujer ingenua y cautivada por la labia de aquellos hombres, así satisfacía mi curiosidad y ellos su necesidad de presumir. No existía nada en la faz de la tierra que le agradase tanto a un hombre como pavonearse delante de damas, especialmente, casaderas. También, contentaba a mamá al verme completar el carné de baile.
Aquello era de las cosas más divertidas que ocurrían en los bailes y solía reírme a menudo de ello con la única mujer que compartía mi forma de pensar, lady Walsh.
Lástima que falleciera el mes pasado.
Gracias a esas... interesantes conversaciones, sabía que los estados alemanes del norte no era demasiado diferente de la Inglaterra a la que estaba acostumbrada. Solo esperaba que los lores no hubieran pecado de presuntuosos.
Dejé escapar un ligero bostezo que callé de inmediato con la mano. Sin duda, sí podía notar el efecto de las noches en vela que había pasado.
Estaba deseando llegar tras el largo viaje y descansar, aunque dudaba poder hacerlo. No era de piedra y aunque estaba tranquila por la seguridad que todos estos años de institutrices y lecciones me proporcionaban, sentía un pequeño nudo en el bajo vientre, fruto de los nervios de la primera impresión.
Tenía que causar la mejor impresión de toda mi vida.
Noté que el suave movimiento del carruaje se detenía. Segundos después, un golpe contra la madera de la pequeña puerta que avisaba de la llegada resonó por el interior del vehículo.
Un tirón sacudió mi vientre bajo.
—Deme un momento.
Me aclaré la garganta y revisé mi vestido. La seda lavanda brillaba gracias a los rayos de Sol que se filtraban por la fina cortina de la ventana del carruaje. La tela estaba adornada con bordados delicados en la zona del pecho, que se extendían hasta la estrecha cintura y las largas mangas. Los detalles de encaje en los puños se mezclaban con el inicio de los guantes de cuero blanco.
El sastre de la familia había confeccionado el vestido unos días antes de mi partida junto a un par más. Había rechazado las nuevas prendas, pero mamá había insistido en la necesidad de renovar mi armario y tan solo traer las más recientes y de mejor calidad. Mis maletas eran pocas y le había manifestado mi preocupación, pero ella, precavida como siempre, recalcó que las cinco maletas eran perfectas, suficientes para no parecer una aprovechada, pero escasas para que el duque hiciera un acto de caballerosidad en forma de regalo.
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Con todo mi corazón, Sayer (Libro 1)
Teen FictionEl hosco e inflexible William Scheffer desea darle un heredero al ducado de Schulzenberg. Para ello debe hacer frente a una tediosa tarea: encontrar y desposar a la mujer perfecta. Afortunadamente, una joven británica, lady Clarisse, reúne todas y...