Capítulo 2

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Clarisse

—Buenos días, seño... ¡Señorita! ¿Qué hace despierta?

La dulce voz de mi doncella desvió de golpe mi atención del ventanal por el que observaba el rocío que cubría los jardines a esas tempranas horas de la mañana.

—Buenos días, Mary —saludé con una sonrisa mientras me alejaba del cristal—. Me apetecía madrugar, además, no quería retrasarme y llegar tarde al desayuno.

—Oh —emitió. Sus cejas se alzaron con un gesto sorprendido—. Eso le agradará muchísimo al señor duque. Detesta la impuntualidad.

—Me alegra escuchar eso —tomé asiento en el tocador—. Mi antigua doncella solía peinarme con un moño sencillo para el día —le informé mientras me dejaba peinar mi cabellera con suavidad.

La mirada de la joven viajó varias veces entre mi reflejo y mi cabello. Mary era una persona bastante fácil de leer y adiviné que se debatía entre hablar o callar.

Decidí ayudarla.

—¿Qué ocurre?

Nuestras miradas se conectaron a través del espejo.

—Como su doncella personal deseo ayudarle a que sea del mayor agrado posible para el duque y si no es mucho atrevimiento me gustaría recomendarle que sería más... apropiado tratar de adecuar su apariencia a la moda berlinesa.

Sopesé por unos segundos su consejo.

—Es muy observadora.

—No tanto como piensa —negó trenzando mi cabello para después recogerlo en un moño—. Lo que ocurre es que ustedes, los señores, suelen actuar como si los criados no existiéramos, pero existimos. Y hablan y hacen cosas delante de nosotros abiertamente porque esperan que no oigamos ni digamos nada.

Bajé la mirada. Mary tenía razón. Sus palabras, si bien no escondían ninguna mala intención, reflejaban una realidad de la que nunca me había percatado, pero en ese momento podía recordar las numerosas ocasiones en las que había pasado por alto a los lacayos que nos servían la cena o a las doncellas que limpiaban mi habitación a diario.

Mary era una muchacha habladora, que decía las cosas tal y como le venían a la mente, sin detenerse a considerar si eran apropiadas o no, enfrentando las consecuencias solo después de haber dicho todo lo que pensaba. Conmigo podía permitirse ser así; me gustaba conversar con mis doncellas y mantener una buena relación con ellas. Pero, claro, ella no lo sabía, y tampoco tenía idea de cómo podría reaccionar.

Levanté mi mirada, buscando los ojos castaños de Mary, pero no hizo falta. Ella ya me observaba con detenimiento, nerviosa, esperando por una respuesta.

Una suave sonrisa tiró de mis comisuras. 

—Menos mal que yo sí te veo.

La doncella rió suavemente, aliviada.

—Sí, señorita —colocó la última horquilla en mi peinado—. Eso es todo un alivio.

Decidí cambiar el tema y optar por uno más liviano.

—¿Por qué le ha sorprendido tanto que estuviera despierta?

—Verá señorita, antes de que me asignaran a usted atendía a lady Scheffer y a ella casi había que sacarla a rastras de la cama —explicó con una expresión divertida.

Esbocé una sonrisa sin poder evitarlo.

—Es una niña.

—Sí —coincidió, asintiendo—. Dejemos que disfrute de su juventud. 

Con todo mi corazón, Sayer (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora