Capítulo 12

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Detesto escribir y sin embargo, estas palabras son el único consuelo que encuentro a todo lo que deseo decir y debo callar. He pasado años recorriendo el mundo y solo ha hecho falta un instante para saber que toda la belleza de este mundo se refugia en la calidez de su mirada...

Clarisse

Suspiré, hundiéndome en el cómodo sofá, al ver el horrible arreglo floral que mostraba la señora Fischer.

Había perdido la cuenta de las composiciones creadas desde que el ama de llaves cruzó las puertas del gran salón con su carpeta bajo el brazo. La siguieron dos doncellas cargadas con cestas; repletas de flores, plantas y ramas.

La eficiente mujer eliminó los vestigios confusos de mi rostro ante su inesperada llegada. El duque le había aconsejado escuchar mi opinión respecto a los arreglos florales que servirían como decoración del palacio durante la cacería de mañana.

Para ser sincera, se me había olvidado por completo el evento.

Hacía unas semanas, lord Dominik había logrado persuadir a su hermano para que celebrara la ansiada cacería y así solucionar su gran inconveniente con la dama de compañía de la reina de Portugal.

—¿Cambiamos los jazmines por rosas rojas? —sugerí bajo la mirada comprensiva del ama de llaves. Fue a raíz de confundir las margaritas con orquídeas que se percató de mi falta de conocimiento.

Pese a ello, no hizo comentario alguno y se concentró en ayudarme, aunque no la culparía si cuestionara el buen juicio de lord Scheffer sobre mí.

Apretó los labios y yo retuve un suspiro.

Sabía que volvería a señalar otro error.

—Es una excelente idea señora, pero si me lo permite, podríamos sustituir los jazmines por gardenias.

Sacudí la mano en el aire, dándole permiso a las doncellas para que siguieran el consejo de su superior.

Mi taza de té yacía a un lado de la mesa. Hacía varios minutos que había dejado de ver el humo que emanaba de ella.

Me concentré en ver trabajar a las doncellas. Ensamblaban las flores con una destreza fascinante, logrando un equilibrio ideal de colores y formas.

La señora Fischer revisó el resultado con una mirada crítica que compartió conmigo. Mis conocimientos eran nulos, pero incluso alguien tan ignorante como yo, veía el desastre que era ese arreglo floral.

El problema no era el trabajo del servicio, ellas hacían lo que yo ordenaba, le daban forma a las ideas que tenía. El problema era que todas eran terribles.

Odiaba las flores.

Desde muy joven mi madre e institutrices destacaron ese defecto, sobre todo, cuando la diferencia se hizo especialmente evidente en comparación al impecable gusto de mi hermana.

Sumada a mi ineptitud innata, estaba mi mente, situada a metros de distancia del salón y las flores.

Mi día había comenzado bien. Llegué puntual al desayuno y lord Scheffer había decidido desayunar junto a la familia. Incluso pude mantener una conversación agradable con él mientras esperábamos a que sus hermanos llegasen al comedor. Sin embargo, todo se truncó cuando el mayordomo del palacio me entregó el periódico.

La parte que más disfrutaba leer era la sección de opinión, deseosa de conocer las opiniones de la sociedad en los temas más controvertidos. Llegué a la última carta, sorprendida por el contenido tan distinto al que la sección tenía por costumbre, pero cuando leí el autor de dicha carta, mi cerebro no tardó más de dos segundos en descifrar su origen enigmático.

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⏰ Última actualización: Nov 06 ⏰

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Con todo mi corazón, Sayer (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora