Capítulo 4

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Henrik

Para cuando llegué al club de caballeros, Micky llevaba esperando un buen rato, aunque no me echaba en falta. Estaba acompañado por mis dos hermanos mayores y muy entretenido con lo que fuera que estaba relatando Dominik.

James había sido amigo de la familia desde siempre. Era solo era unos meses más pequeño que Wilhelm, pero tenía una relación más cercana con Dominik. Podía ser porque Wilhelm siempre había tendido a mantener a las personas a distancia, trazando una línea entre él y los demás que pocos lograban cruzar. James se encontraba constantemente en esa línea, sin saber si debía avanzar o retroceder. No es que no se llevaran bien; de hecho, habían realizado el servicio militar juntos. Sin embargo, mi hermano mayor era extremadamente receloso, tal vez demasiado.

—Hermano, por fin llegas. Estaba por beberme tu cerveza.

—Creo que ya te has bebido unas cuántas, Dominik. Mías y tuyas —respondí aceptando el cigarrillo que mi hermano mayor me ofrecía. 

——Apuesto a que esta cerveza no la encuentras en ninguno de los lugares que has visitado —dijo James mientras un camarero colocaba una cerveza delante de mí—. Seguro que has echado de menos esto.

—Pues sí —di un largo trago—. La cerveza no tiene ni punto de comparación. 

—Y me juego el cuello a que las parisinas tampoco —añadió Dominik con una sonrisa pícara.

Micky soltó una risotada, contagiándonos a todos.

—¿Dónde estabas? —me preguntó Wilhelm soltando el humo de su cigarro.

El corazón me latió con fuerza, pero hice un esfuerzo por ignorarlo.

—Estaba ocupado ayudando a alguien —me limité a decir.

—Qué altruista —comentó Dominik en un tono burlón—. ¿Seguro que no visitaste Tierra Santa en alguno de tus viajes?

Resoplé.

—No —contesté con mala cara—. Si deseo ayudar a algún desamparado tengo por quien empezar —lo señalé con un movimiento de cabeza.

Blanqueó los ojos y meneó la cabeza.

—Mejor empezad a discutir cuando llevéis un par más de estas —señaló James y aprovechó para chocar su cerveza con las nuestras, a modo de brindis.

—Sí, hablemos de otra cosa —miré a Wilhelm—. ¿Por qué no me dijiste que ibas a casarte?

Encogió los hombros.

—Se me olvidó mencionarlo en mis cartas —dijo sin darle mayor importancia al asunto.

—Ya, porque lo mismo es olvidarte de que estás comprometido que de lo que has desayunado —comenté con sorna.

—Bueno, ahora ya lo sabes —Dominik pasó un brazo alrededor de los hombros de nuestro hermano, quien lo miró con el ceño fruncido—. Está comprometido. El primer Scheffer en convertirse en un hombre de provecho —se burló de él.

Wilhelm lo dejó pasar, como siempre, pero le advirtió con una mirada que se detuviera.

—Bueno —habló James golpeando ligeramente su puro para dejar caer la ceniza—. ¿Y cómo es que de entre todas las jóvenes casaderas de este país has acabado comprometiéndote con una inglesa?

—Aquí el verdadero misterio es qué tiene la joven para que hayas decidido casarte con ella. Bastante perfecta debe ser para que haya cumplido con todas tus exigencias, hermano.

James y Dominik lideraban la conversación mientras que yo decidí callar y dar largos tragos a la cerveza, atento a las siguientes palabras de Wilhelm.

Con todo mi corazón, Sayer (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora