Capítulo 11

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Clarisse

El palacete de la vizcondesa Wagner era el lugar por excelencia donde se celebraban los bailes de invierno que gozaban de relevancia en la alta aristocracia alemana.

La viuda había hecho uso del patrimonio del vizcondado y sacado a relucir las majestuosas pertenencias en su poder.

Los revestimientos de oro cubrían molduras en los techos y paredes, en las que predomina el blanco, a excepción del color de los frescos del salón principal.

Cientos de lores y damas paseaban por la estancia, algunos danzaban en la pista de baile y otros descendían por las largas escaleras que conducían al gran salón, recién llegados.

Lady Victoria, lady Emma y yo estábamos bastante alejadas de la pista, sentadas junto a otras dos damas, lady Koch y lady Lefèvre.

Lady Violet Koch, la segunda esposa del barón Koch, agitaba su abanico de plumas con fervor, intentando mitigar el singular sofoco que se había apoderado de su cuerpo a finales de noviembre. Dudaba mucho que se debiera a los escasos bailes en los que había participado desde su llegada.

Lady Camille Lefèvre, la marquesa de Chevalier, se dedicaba a observar con ojos críticos a cada persona que cruzaba las amplias puertas del salón.

Eran una compañía un tanto peculiar, pero habían decidido sentarse junto a nosotras y preguntar después. Un movimiento sabio si eras conocedor de las normas de cortesía.

Lady Koch cerró su abanico de golpe.

—Y cuéntenos, ¿el duque es tan elocuente y fascinante como afirman?

En el poco tiempo que la conocía, había descubierto que era una mujer sumamente indiscreta.

Compartí una rápida mirada con lady Victoria.

—Sí, es encantador.

Ambas mujeres emitieron una risita cómplice.

—Ha tenido suerte. Era uno de los solteros más codiciados —hundió las cejas y empleó un tono falsamente inocente—, aunque desde que nos hemos sentado junto a ustedes, no lo he visto.

Esbocé una escueta sonrisa.

—Está en el piso de arriba.

Elevé el mentón hacia el lugar. En efecto, mi prometido se encontraba allí, vestido de blanco, mientras fumaba y conversaba con otros lores.

No había ni rastro de su primer hermano menor, pero sí de los dos restantes.

Lord Frederick estaba junto a él, participando activamente en la conversación. En cambio, lord Henrik parecía ausente, perdido en el humo de sus labios y en vagas respuestas.

Como si hubiera sentido el peso de mi atención, desvió su mirada y la conectó con la mía.

Tragué saliva con fuerza y antes de que pudiera razonarlo siquiera, acabé perdiéndome en el azul de sus ojos.

Era una certeza irrefutable que la mayor parte de mis días estaba marcada por su presencia.

Si bien, en numerosas ocasiones compartía escenario con toda la familia, encontrábamos la manera de acabar uno junto al otro o frente a frente, como si una cuerda tirara en la misma dirección.

No tenía ni idea de qué estábamos haciendo, pero mi corazón se encogía en respuesta.

La aguda voz de lady Koch me trajo de vuelta a la realidad.

—Aún no ha estrenado la pista de baile. ¿No es aficionada a ello?

Apreté los labios durante unos segundos antes de responder.

Con todo mi corazón, Sayer (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora