Capítulo 3

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Henrik

—Veo que tienes apetito.

Miré a Wilhelm y asentí con efusividad mientras masticaba el último trozo de bizcocho.

Como siguiera comiendo así me iba a acabar pareciendo a la sandía del centro de la mesa.

—He echado de menos la comida de este palacio. Aquí se desayuna mejor que en ningún lado. Me estoy poniendo hasta nervioso de ver tanta comida.

—Te entiendo —dijo mi segundo hermano mayor desde el extremo contrario—. Yo me pongo igual y eso que desayuno aquí todos los días.

Justo en ese momento, el mayordomo del palacio entró al comedor junto a un lacayo.

Arnold era un anciano sesentón y la mano derecha de todos los duques de Schulzenberg. Cercano pero firme, llevaba décadas al frente del servicio del palacio. Dominik solía bromear diciendo que había nacido con la carpeta bajo el brazo y que, cuando todos nosotros muriéramos, él seguiría vivo y acabaría heredando el patrimonio de los Schulzenberg. A mí me parecía justo. Uno de los pilares fundamentales del palacio era el servicio, y él se encargaba de que todo funcionara a la perfección cada día.

Ojalá trajera más berlinesas de crema.

—Buenos días. Traemos más berlinesas de crema. Las favoritas del señorito Henrik.

Arnold siempre iba un paso por delante.

—Oh, excelente. Déjalas por aquí —señalé, haciendo un hueco para la bandeja delante de mí.

—Eh —me chistó Dominik—. Comparte que no son todos para ti.

—Como bien has dicho, desayunas aquí todos los días. Déjame comer todo lo que quiera.

—No llenes el ojo antes que el estómago, Heinrich —aconsejó Wilhelm, limpiándose la boca con la servilleta. Odiaba que me llamara Heinrich—. Te sentará mal.

—¿Y por qué no se lo dices a él? —señalé a Dominik con un pequeño movimiento de cabeza.

—Porque Dominik es un pozo sin fondo —se levantó—. Su estómago está hecho a prueba de balas.

El aludido asintió, dándole la razón a nuestro hermano mayor.

Bufé y miré al mayordomo.

—Muchas gracias, Arnold.

Esbozó una sonrisa afable.

—Señorito Henrik —inclinó la cabeza—. No tuve la oportunidad anoche de transmitirle la alegría del servicio por su regreso.

—A mí también me alegra estar de vuelta. Felicita a Adela de mi parte. El bizcocho le ha quedado buenísimo. Esa mujer hace magia.

—Se lo comunicaré en cuanto baje a cocinas. Le encantará escuchar eso de usted. Personalmente señorito, y si me lo permite, espero que esta vez se quede mucho más tiempo.

—Sí —esbocé una pequeña sonrisa—. Dígale también que he vuelto solo porque echaba de menos su comida.

Palmeé el hombro de Arnold y dejé que se marchara. El hombre debía estar bastante ocupado como para entretenerle con mis asuntos.

Para cuando le di un último sorbo al café, Wilhelm ya se había marchado a su despacho para atender unos asuntos.

Miré de soslayo a Friedrich. No había participado en toda la conversación y eso era extraño, porque a diferencia de Emma, que estaba muy entretenida observando a través de los ventanales, él no desaprovechaba ni una oportunidad para molestar a sus hermanos mayores.

Con todo mi corazón, Sayer (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora