Henrik
Cerré los ojos con fuerza, intentando aliviar el escozor de mis ojos.
Fue en vano.
Suspiré con frustración y los masajeé.
Otra noche más en vela.
Otra noche sumido en los recuerdos tortuosos de mi mente.
Necesitaba el láudano como el aire para respirar. Era una realidad.
Y no tenía.
No era una persona demasiado paciente y que el doctor me dijera que tenía que esperar dos días hasta su regreso de Hanover para darme más, no me hacía muy feliz que digamos.
En realidad, me ponía de muy mal humor.
Él no entendía lo mucho que lo necesitaba y le pagaba grandes sumas de dinero para que nunca me faltase.
Con un suspiro exasperado, me incorporé de la cama. Pasé las manos por mi cabello y mi rostro en un gesto cansado.
Avisté a Leni, mi gata, observándome fijamente desde los pies de mi cama, su lugar favorito para dormir.
Me incliné hacia delante y la cogí entre mis brazos para acariciar su suave pelaje negro. Se dio la vuelta y empezó a mordisquearme las yemas de los dedos en una especie de juego. Le hice cosquillas, siguiéndole el juego mientras luchaba con el sueño, que cada vez se sentía más pesado en mi cabeza y mis ojos.
Quería dormir, pero no quería tener pesadillas.
Miré el reloj de bolsillo de mi mesita de noche. Las seis de la mañana y estaba despierto como un búho.
Me temía que no conciliaría el sueño en un futuro cercano, así que decidí abandonar la calidez de mi cama.
A empezar un nuevo y fantástico día.
Genial.
Ahogué un gruñido con el primer movimiento. Me dolía todo el cuerpo, cada grupo muscular, incluso hinchar el pecho para respirar.
Estaba hecho una mierda, física y mentalmente.
Mi mirada se posó en la chaqueta militar que colgaba de una percha fuera del armario. Probablemente, una doncella la habría dejado ahí porque necesitaba algún arreglo.
Cada vez que veía la chaqueta de teniente no podía evitar pensar en mi padre.
Estaría orgulloso de ver en quién me había convertido.
El muy cabrón.
Si le preguntabas a Wilhelm posiblemente diría que el antiguo duque de Schulzenberg era un hombre de principios férreos. Si me preguntabas a mí, no dudaría ni un segundo en decir que era un desgraciado y que esperaba firmemente que se estuviera pudriendo en el infierno, el lugar al que siempre había pertenecido y del que nunca debería haber salido.
Nunca les había preguntado a mis hermanos, porque en nuestra casa no se nombraba a ese malnacido, pero creía que Wilhelm y Dominik, y tal vez Frederick, pensaban de la misma forma que yo, solo que nunca lo habían expresado en voz alta.
Por supuesto, Emma creía que su padre era la reencarnación de un ángel en la tierra que la quiso con locura durante los tres meses que estuvo con ella, cuando la verdad era que desde el momento en que supo que era una niña la despreció por el simple hecho de serlo. Ni siquiera le bastó con tener cuatro varones, para él nunca era suficiente, él siempre quería más.
Cuando nació Wilhelm se empeñó en hacer de él una persona a su imagen y semejanza. Eso fue así hasta que la institutriz le dijo que su hijo de tres años tenía dificultades con la pronunciación de algunas palabras. La cicatriz que Will tenía en su mentón, como consecuencia del golpe que nuestro padre le propinó, se encargaba de recordarle la decepción que el duque de Schulzenberg sintió.
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Con todo mi corazón, Sayer (Libro 1)
Dla nastolatkówEl hosco e inflexible William Scheffer desea darle un heredero al ducado de Schulzenberg. Para ello debe hacer frente a una tediosa tarea: encontrar y desposar a la mujer perfecta. Afortunadamente, una joven británica, lady Clarisse, reúne todas y...