Capítulo 2

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Me desperté más temprano de lo habitual al siguiente día. Había dejado mi ventana abierta durante la noche, por lo que un sillón y una pequeña parte del suelo quedaron empapados con gotas de lluvia y un par de hojas verdes se habían colado hasta llegar a mi cabello.

Me estiré perezosamente, bostecé varias veces y rasqué mi cabeza, otras más, hasta que decidí saltar de la cama y preparar mi desayuno. A pesar de ser vacaciones, mis padres seguían trabajando con un único descanso los domingos; Y como estábamos a jueves, tenía la casa solamente para mi hasta muy tarde. Podría hacer lo que quisiera -Menos una fiesta salvaje, claro-, y no tendría que preocuparme por lo regaños ni insultos provenientes de mi padre.

Saqué una pequeña rama de mi cabeza y me reí un poco, mientras juntaba mi ropa sucia e intentaba acomodar mi cuarto -Si, se podrán dar cuenta que soy muy salvaje cuando estoy sola-. Miré al reloj azulado encima de mi mesilla de noche y de golpe volví a la realidad. Al igual que mis padres, yo también tenía un trabajo, y si no me daba prisa, llegaría más que tarde.

Sin pensarlo dos veces, me saqué la ropa interior -No sé dormir con mucha ropa-, Y tomé una toalla gris que encontré en el pasillo camino al baño. La eché sobre mi hombro. Una de las mil ventajas de estar solo en un lugar, era que podía andar de un lado a otro desnuda sin padres desmayándose ni abuelos con paros cardiacos. Por supuesto, evitaba las ventanas abiertas y las miradas morbosas de los vecinos.

Cerré la puerta del baño por detrás de mí y dejé la toalla encima del inodoro. Giré las perillas de la bañera de mármol y cascadas de agua brotaron de ella. Heladas, por supuesto.

Dejé reposando un poco el agua y miré mi rostro en el espejo. Mi enmarañado cabello oscuro se levantaba en todas las direcciones posibles, como si hubiera sido electrocutada o algo así. Mi rostro que normalmente era bronceado por el sol de California, se veía pálido en días como estos. Tenía una pequeña nariz respingada y unos pequeños ojos cafés.

Cuando el agua estuvo finalmente lista, me metí a la bañera y me hundí por completo en esta. Aún no podía creer la clase de trabajo de niñera que había obtenido. Le había hecho uno que otro comentario a Millaray por teléfono y ella optó por cambiar de opinión.

Que gran apoyo.

[...]

Media hora más tarde me encontraba en casa de la señora Rivera. Esta vez, había cambiado mi tan informal ropa por algo más "elegante". Llevaba un vestido sin mangas verde y unos zapatos de charol marrones. Me veía más o menos decente. La señora Rivera me acompañó hacia el vestíbulo principal de su casa y se sentó a mi lado en un gran sillón.

-Sabes Abril, he hablado con mi hija sobre esto, y bueno, ella realmente no está muy conforme con la idea.- De nuevo estaba moviendo sus manos nerviosamente sobre su regazo. -Tal vez esta no fue la mejor decisión que he tomado, así que...-

-¡No!- Dije rápidamente. Rosario me miró con una expresión confundida y continué. -Es decir, tal vez yo podría ayudarla.- Piensa. -Usted me ha dicho que es de mi edad ¿No?- Ella asintió. -¿Tiene hermanos?-

-Dos. Verónica y Homero. Pero son mayores que ella, ellos ni siquiera viven aquí.-

-¿Lo ve? No tiene a nadie más de su edad. No quiero ofenderla, pero tal vez ella se sentiría mejor con alguien que pudiera entenderla mejor. Podría ser su amiga.- Rosario asintió, convencida. «Bien Abril, tienes Princeton asegurado» Pensé.

-Tienes razón. Solo una cosa.- Ella vaciló. -Samantha es... Bueno, ella puede ser demasiado terca para alguien de su edad.- Dijo mientras pasaba una de sus pequeñas manos por su cabello.

-No se preocupe. Su hija, uh, está en buenas manos.- Intenté darle mi mejor sonrisa, aunque probablemente me parecía más al gato Cheshire de Alicia en el País de las Maravillas que otra cosa. Solo faltaba teñirme el pelo de magenta y tendría el disfraz perfecto para Halloween. -Confíe en mí.-

Corazón ciego | rivari G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora