Capítulo 15

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Los siguientes tres días fueron insoportables. Mamá no había parado de llamar a casa de Rosario. Cada hora, cada minuto, cada segundo. Tanto así que tuvieron que desconectar todos los teléfonos de la mansión. Millaray, como era de esperarse, no me dejó ni siquiera un mensaje. Ni un recado, ni una nota. Vaya, ni siquiera una llamada. O tal vez eso fue por lo de los teléfonos desconectados, pero no creo. Samantha había decidido mantener nuestra relación bajo secreto. Nadie podía enterarse, ya que según ella, podrían despedirme en cualquier momento. Eso me dejaba bien en claro que Rosario nunca me aceptaría como novia de su hija. Y yo aún no sabía porque. Pero oh, el último día, el horrible y espantoso último día fue cuando me di cuenta de porque era tan extraña conmigo y también de porque se ponía nerviosa al pensar de una posible relación con su hija.

Porque Samantha tenía una novia. Y no, no hablaba de mí.

Hablaba de una súper modelo, con cuerpo escultural, piernas kilométricas y un cabello muchísimo más suave que la seda. Y para que hablar de su cara, su perfecta cara de porcelana que parecía sacada de un diseño de Photoshop. Y no estaba exagerando eh. Incluso, podía estar segurísima de que la había visto en alguna portada de revista. Y para rematar, era británica. La odié desde el primer momento en el que la vi. El día en el que partiríamos a una cabaña a las orillas del lago Noruega, en la hermosa Maine, yo me encontraba preparada de pies a cabeza. Mi cabello estaba bien amarrado en una coleta y el poco maquillaje que usaba se veía natural. En cuestión de la ropa, bueno, ese era otro tema. Íbamos a descansar, así que lo de menor importancia era como iba vestida. Incluso Rosario se veía normal.

Pero entonces ella habló y mi día de perros comenzó. -Querida, ¿Ya estás lista?- Ella dijo mientras acomodaba sus maletas en la sala de estar y reacomodaba su cabello. Yo solo asentí, sonriendo por la idea de pasarla con Samantha, alejadas de todo. Y pues bueno, con su madre. -Perfecto, porque necesito que me hagas un favor muy, muy pequeño.- La miré confundida. Sin embargo no me pondría a hacer rabietas ni a alegar.

Ese era mi trabajo. -Uhm, ¿Que quiere que haga?- Ella sonrió energéticamente, algo que nunca había visto y después miró hacia arriba, hacia las escaleras.

-No quiero que Sam se entere aún, pero.- Ella se acercó más a mí, susurrando entre aquellos labios perfectamente maquillados. -Necesito que recojas a su novia del aeropuerto. ¿Puedes?- Se alejó y yo me quedé ahí, en la misma posición, inmóvil y sin parpadear. ¿Acaso había oído bien? ¿Su novia? ¿De qué se trataba todo esto? ¡Yo era su única novia! Rosario me miró, impaciente sin que su sonrisa se hubiera borrado del todo. -¿Y bien? ¿Que dices?- Asentí, bajando la mirada y abriendo bien los ojos. Ni siquiera quería hacerlo, pero mi cabeza no funcionaba del todo bien. Lo único que pensaba era el que mataría a Samantha por esto. Lo juro.

Conduje de muy mal humor hasta llegar al aeropuerto internacional de los Ángeles. Gracias a Rosario y a el internet inalámbrico de mi celular, me había enterado de algunas cosas de la tal novia, de la cual yo no tenía ni idea que existiera, de Samantha. Su nombre era Aroia, tenía dieciocho años y odiaba a todo mundo. Había salido en un sinfín de películas británicas, modelado en las pasarelas más famosas de todo el planeta e incluso se rumoraba que alguna vez había sido novia de Hutch Dano. Y créanme, yo amaba a Hutch Dano. Por lo que había leído, también era una pequeña gata caprichosa y creída que pensaba que las morochas era personas estúpidas, cuando la única estúpida era ella. Quería verle la cara para escupirle en el ojo y golpearla con mi bolso. Pero no, yo no era tan salvaje. Simplemente me quedé ahí, sonriéndole como si fuera mi amiga de toda la vida mientras caminaba hacia mí por los pasillos del aeropuerto. Me lanzó una mirada extraña, como diciendo "¿Y esta quién es?". Me acerqué a ella, y con la fuerza de mi interior, la saludé.

-Hola.- Me impresioné de lo buena que era fingiendo mi voz de felicidad. -Tu debes ser Aroia, ¿No? Rosario me pidió que viniera por ti...-

-Oh, ¿Ella a mandado a la sirvienta? Perfecto. Recoge mis maletas, rápido. ¿Y que demonios estás vistiendo?- Ella siguió su paso, dejándome ahí parada en medio del trafico de gente. Cerré mis ojos y los apreté. No me pagaban lo suficiente para esto. Después de haber tomado sus mil baúles, que eran más pesados que yo, y haberlos subido en la cajuela del coche de Rosario, realmente no tengo la menor idea de cómo pudieron caber, conduje de regreso, mientras ella hablaba con alguien desde su celular y yo me concentraba en las calles pavimentadas, tarareando canciones de The 1975. Pronto, en la casa, Rosario, Samantha y un muchacho de cabello corto y músculos marcados se encontraban en el exterior de la casa, llenando otra camioneta con mochilas, comida y edredones. Si tuviera un mejor humo, me reiría de ver a Rosario y a Sam, siendo tan normales y haciendo actividades de madre e hija. Era una lástima tener a Aroia a mi lado.

Corazón ciego | rivari G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora