Capítulo 11

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No tenía otra alternativa más que hablar con Millaray sobre lo que estaba sucediendo. Me refería a lo de mis padres. No podría ir simplemente con la abuela y contarle, ella se volvería absolutamente chiflada, si es que eso era posible, y probablemente contrataría un detective privado para localizar al desaparecido de mi padre. Que por cierto, me preguntaba donde se encontraría en estos momentos; porque, a pesar del daño que le ocasionó a mi madre, quería verlo. El siempre ha sido el soporte para todo, y perderlo de un día para otro me resultaba totalmente extraño. Decidí empacar un par de ropa y algunas otras cosas, que me servirían mientras permanecería fuera de casa. Me dolía y me preocupaba ver a mi madre en ese estado, necesitada de compañía y ayuda; pero era preferible a soportar sus imprudencias y locuras. Además, yo sabía que, cuando mi madre recuperara la razón, podría entender que todo lo que yo haría era por su bien, y en parte, también por el mío. Después de unos treinta minutos, mi pequeña maleta estaba ya lista. Añadí dinero a mi monedero, proveniente de la alcancía para Princeton, aún no abría una cuenta en el banco, y salí arrastrando mi trasero, escaleras abajo. No vi a mamá por ningún lado, así que supuse que estaría acostada en su recamara. Tomé la mitad de una hoja blanca, un pequeño bolígrafo de tinta negro que encontré sobre una silla de madera y le dejé un pequeño mensaje a mamá:

"Mamá, si estás leyendo esto, espero que no te preguntes donde me encuentro, y si lo llegas a hacer, estoy perfectamente a salvo. Me tomaré unas pequeñas vacaciones de todo este relajo en el que nos encontramos. Cuando estés buena y sana, intenta enviarme un correo, ya que he perdido el móvil. También promete no llamar a la abuela, recuerda que no queremos involucrarla. Te quiero mucho mamá. Abril."

Suspiré al leer el mensaje por cuarta vez, tomé un imán de la nevera y pegué la hoja sobre esta. Agarré de nuevo mi maleta, mi bolso y salí por la puerta trasera de la casa. Me dirigí hacia la cochera, abrí el portón, me adentré en el coche, lo encendí y después me dirigí hacia la casa de mi mejor amiga. Llegué en cinco minutos a su casa. Las luces permanecían apagadas, ya que no era necesario encenderlas por la luz del sol, y las puertas delanteras estaban abiertas. Estacioné el coche a dos casas más adelante, tomé mis cosas y llamé a la puerta. Millaray apareció enseguida en la entrada principal. Llevaba puesto un vestido floreado en tonos oscuros y el cabello en un moño flojo a la altura de la nuca. No calzaba zapatos y llevaba un trapeador en mano.

-¿Haciendo la limpieza?- Pregunté desde afuera, asomando mi cabeza dentro para ver si sus padres no se encontraban con ella. Por suerte no. Ella me ofreció una cálida sonrisa, dejó a un lado el trapeador, tallando sus manos sobre su vestido y acercándose hacia mí. Cuando vio las maletas en la entrada, su sonrisa se borró de su rostro, y fue sustituida por una mueca de confusión y pena. Le devolví la misma mirada.

-¿Qué ocurrió?- Preguntó ella, preocupada. Me mordí un labio y crucé las manos por encima de mi pecho.

-Estaba pensando en que si podría quedarme un par de días contigo. Resulta que tengo un par de, uh, ya sabes, problemas, y no puedo quedarme en casa. ¿No te importaría?-

-En lo absoluto. Pero dime, ¿Qué ha ocurrido?-

-Es algo muy difícil de explicar. ¿Tienes tiempo?- Le pregunté mientras me invitaba a pasar a su casa. Ella asintió.

-Tengo todo el tiempo del mundo.- Millaray caminó hacia su cuarto, conmigo haciéndole guardia por detrás. Abrió la puerta, tomó mis pertenencias y las acomodó en un rincón. Tomó asiento en la cama y palmeó a su lado, invitándome a sentarme con ella. Me acomodé, crucé mis piernas y clavé el mentón en la palma izquierda, mientras a su vez, clavaba el codo sobre mi pierna derecha y miraba fijamente hacia la nada. Pasaron unos dos minutos, y finalmente ella sonrió, incómoda.

Corazón ciego | rivari G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora