Capítulo 7

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Dos días después, me presenté temprano en la casa de la señora Rivera con un terrible dolor de cabeza. Me había pasado el fin de semana como zombi, sin despegarme de la cama, salvo para ir al baño y comer. Toda yo era un caos de confusión. Aún me sentía mal por Juan. Después de aquel apasionado beso en el que mi mente y cuerpo creyeron besar a Samantha, lo dejé al pie de la alberca, solo. Ni siquiera le dije adiós. Y es que realmente ni siquiera podía pensar coherentemente.

Bien, yo sabía que sentía una ligera atracción por Samantha. Ya sabes, del tipo en el que ves a una chica guapa y te llama la atención. Solo eso.

Aunque después de lo ocurrido, ya no estaba tan segura. La casa estaba sumergida en un silencio total. Como lo había predicho, Rosario, de ahora en adelante le diría así, se encontraba fuera de casa. Tal vez de camino al trabajo o algo por el estilo. Lo que me dejaba completamente sola con Samantha. Abrí con sumo cuidado la puerta principal, evitando a toda costa hacer el más pequeño ruido.

No quería que ella supiera que yo estaba aquí tan temprano. Corrí y subí las escaleras, con dirección a su cuarto. Sabía que lo que estaba a punto de hacer me llevaría al próximo nivel de acoso y me daría el título de depravada, y también sabía que si ella llegaba a enterarse de lo que estaba a punto de hacer, sería echada a patadas de la casa. Pero no me importaba. Quería saber si mis sentimientos por Samantha eran reales.

Con el corazón en la boca y las piernas flojas, abrí lentamente la puerta del cuarto. Como lo predije, ella se encontraba dormida. Aún parada debajo del marco de la puerta, me quedé contemplándola y de pronto sentí una especie de hormigueo recorriendo mi cuerpo.

Ahí mirándola, tendida sobre la cama, mi cabeza se llenó de deseos indecorosos. Ella era tan perfecta. Llevaba un top, solo vistiendo unos pantaloncillos negros. Y su cara, demonios, esa cara, con sus ojos cerrados y la boca ligeramente abierta le daban ese aspecto de ser angelical y tierna que nunca llegaría a ser.

Aún así, la quería para mí. Caminé hacia un rincón de su cama, y me arrodillé para tener una mejor visión de ella. Me acerqué, al grado de tener nuestras caras frente a frente, respiración con respiración, boca con boca.

No podía soportar un segundo más y con muchísima delicadeza, tomé su rostro con mis manos, y la atraje hacia mí. Y aquello fue la mejor experiencia de toda mi vida. El beso empezó suavemente, y como parte de mi plan, realmente no esperaba que Samantha me siguiera el juego.

Pero ella lo hizo. Me besó de verdad. Sus labios eran tan cálidos y dulces, como un algodón de azúcar en un día soleado, solo que mil veces mejor. Y nunca me empalagaría. Sentí como si mi mente se derritiera y todo pensamiento se disolviera en el acto.

Ahora solo actuaba por instinto. Lo que mi cuerpo quería. Me importó un demonio si ella se encontraba durmiendo. Me subí encima de ella, sin despegarme de sus labios. La comencé a besar más desesperadamente, como si mi vida dependiera de ello. Con mis manos recorrí su pecho y sus brazos. Su cabello y todo su cuello. Aquello era el paraíso.

Pero no duraría para siempre, ¿Verdad? Me despegué rápidamente de Samantha, con la respiración entrecortada. Aquel beso había sido el más, uh, bueno, realmente no tengo palabras para describirlo. Aquello fue lo más genial. Aunque técnicamente, fue como una especie de violación.

Bueno, de hecho no. Ella también me había besado, ¿Eh? Arreglé mi cabello, pasando mis manos sobre este y me mordí el labio inferior, recordando el momento de hace algunos segundos.

Me alejé, con cuidado y salí del cuarto, cerrando la puerta detrás de mí. Hice mi camino hacia la cocina, bajando alegremente las grandes escaleras de dos en dos mientras tarareaba como estúpida una canción inventada por mí.

Corazón ciego | rivari G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora