Epílogo

759 63 22
                                    

"Siempre he vivido con el miedo de perder a mis seres más queridos, a los que más amo. Aunque a veces me pregunto; ¿Hay alguien ahí afuera con el mismo miedo de perderme a mí?".

Acurrucada entre el calor de mis brazos, me desperté con agitación, aturdida por el sueño. Me había quedado dormida en una mesa de la biblioteca, cuando intentaba terminar uno de los ensayos finales para la materia de literatura.

La universidad carcomía mis energías y últimamente me quedaba dormida en cualquier lugar, por más incómodo que fuera. Tenía suerte de que esta fuera la última semana, antes de las vacaciones de verano.

Podría volver a California con mi familia por dos meses sin responsabilidades ni los tediosos trabajos que nos aplicaban los maestros de Princeton. Simplemente los odiaba.

Levanté mi rostro y miré con confusión el reloj sobre la pared. Las ocho veinticinco y al parecer todos los estudiantes se habían largado a sus dormitorios, cosa extraña, ya que normalmente este lugar estaba repleto del día a la mañana.

La bibliotecaria me dedicó una mirada glacial y rápidamente me levanté de mi asiento, tomando los pocos apuntes que había logrado obtener aquel día. Tenía que apurarme si no quería llegar tarde para la cena.

-Disculpa, el libro.- Dijo la bibliotecaria, refiriéndose a mí. Me le quedé mirando, aún más confundida. Ella entornó los ojos y gruñó. -El libro que dejaste sobre la mesa.- Señaló, molesta. -Tienes que devolverlo a su estante.-

Parpadee un par de veces y alejé mi vista hacia donde segundos atrás había estado dormida. Se me había olvidado un libro de Hamlet sobre la mesita. Respirando profundamente, me devolví, tomando el libro de mala gana y dándole una sonrisa sarcástica a la bibliotecaria, que me contestó de igual forma y soltando un "gracias".

Si había algo que odiaba y amaba de este lugar, sin duda era que tenía una de las bibliotecas más enormes que había visto en toda mi vida. Yo me consideraba a mi misma como una come libros, así que amaba este lugar. Pero en momentos como este, cuando solo quería llegar a mi dormitorio para comer algo y después enterrarme en la cama, me era simplemente exasperante. Mucho más con una empleada como aquella.

Llegué a la sección done todos los trabajos de Shakespeare estaban acomodados y fruncí el ceño, buscando la escalerilla para poder colocar el libro en el estante. Al parecer alguien se la había llevado a otro lado, dejándome a mí y a mi pequeñez estancadas, con libro en mano. Gruñí, y sin rendirme. me coloqué de puntas, intentando acomodar el libro entre los demás. Si tan solo utilizara tacones...

-¿Necesitas ayuda con eso?- Me quedé inmóvil en mi posición, abriendo los ojos al máximo e intentando tragar saliva, aunque era algo imposible por el nudo que tenía en la garganta. Esa voz... No. Mi imaginación me estaba haciendo pasar una mala jugada. Una muy mala y cruel jugada. No podía ser... Dejé de batallar y me llevé el libro al pecho, girándome en seco y rogando porque todo esto fuera un sueño. Sin duda no lo era. Crucé los dedos.

-¿Eres nueva por aquí? Nunca te había visto.- Samantha estaba para frente a mí, sosteniendo un par de libros polvorientos y sonriendo torcidamente. Ah esa sonrisa. La que solía ser mía. Los años habían pasado lentamente desde aquel verano; el verano más feliz de toda mi vida. El que me abrió los ojos y me hizo descubrir que las cosas más hermosas no se podían ver con los ojos, si no con el corazón. Y a pesar de todo el daño que me hizo pasar durante tres años, noches enteras en las que me despertaba llorando, deseando su tacto y sus besos, no me arrepentía de nada. Porque ella me había ofrecido los mejores momentos, que ahora permanecían enterrados bajo llave en una parte de mi consciencia. Samantha era una huella imposible de borrar e imposible de olvidar.

Corazón ciego | rivari G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora