Capitulo 3

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El corazón de Remus latía con fuerza mientras observaba cómo la situación escapaba rápidamente de su control. James y Sirius se tensaron ante la mirada helada de Severus Snape, quien se acercaba lentamente al caldero donde la tintura de higo había sido vertida. El aire en el aula de pociones parecía cargado de electricidad, y Remus sintió que una tormenta se gestaba entre los cuatro adolescentes.

—No fue nuestra intención... —intentó decir Remus, pero su voz se perdió en el silencio que envolvía el aula.

Snape alzó una ceja con incredulidad, su expresión se volvió aún más sombría. Antes de que pudiera decir algo más, un chispazo repentino surgió del caldero. En un destello cegador, el líquido morado comenzó a burbujear violentamente, emitiendo un zumbido agudo que llenó la habitación.

—¡Aléjense! —gritó Snape, pero fue demasiado tarde.

El caldero estalló con una fuerza inesperada. Fragmentos de metal y líquido caliente salieron disparados en todas direcciones. James fue lanzado contra una estantería llena de libros con un estruendo ensordecedor, mientras Sirius chocaba violentamente contra una mesa cercana que se tambaleó con el impacto. Remus, por su parte, fue arrojado contra unas sillas que se deslizaron ruidosamente por el suelo. Y Severus... Severus fue lanzado de cabeza contra la esquina afilada de una mesa, que produjo un sonido sordo y luego un gemido de dolor.

El aula quedó sumida en un caos momentáneo. Libros, frascos y papeles volaron por el aire, mezclándose con el humo y el vapor que se elevaban desde el caldero destrozado. El silencio que siguió al estallido fue interrumpido solo por los gemidos de dolor de los cuatro muchachos, cada uno luchando por incorporarse del suelo.

—¡Maldición! —exclamó James entre dientes, sosteniéndose la espalda con gesto adolorido.

Sirius se tambaleó hacia adelante, sosteniéndose el costado donde una esquina de mesa lo había golpeado con fuerza.

Remus, mientras tanto, se incorporó con cuidado, sintiendo un dolor agudo en la espalda y los brazos. Miró alrededor, buscando a Severus con preocupación. Lo encontró acurrucado contra la mesa, una mano presionando una herida en su frente de donde brotaba una fina línea de sangre.

—¡Lo siento mucho, Severus! —exclamó Remus, acercándose rápidamente—. No queríamos que esto pasara. Fue un accidente.

Snape lo miró con una mezcla de incredulidad y furia contenida. No dijo nada, pero la dureza en su mirada hablaba por sí sola.

—Deberían estar en problemas por esto —dijo severamente, su voz más fría de lo habitual.

James y Sirius se miraron el uno al otro, conscientes de la gravedad de la situación. Nunca antes habían causado un accidente tan grave con una de sus bromas. El aire en el aula se había vuelto tenso y pesado, y ninguno de los cuatro muchachos parecía saber qué decir o hacer a continuación.

Fue entonces cuando la puerta del aula de pociones se abrió de golpe. El profesor Slughorn entró precipitadamente, alarmado por el ruido estruendoso que había escuchado desde el pasillo. Al ver el estado del aula y a los cuatro estudiantes, su rostro se transformó en una mezcla de preocupación y exasperación.

—¡Merlín santo! ¿Qué ha ocurrido aquí? —exclamó Slughorn, apresurándose hacia ellos.

Los cuatro muchachos se miraron entre sí, cada uno mostrando signos evidentes de dolor y desorientación. Remus se adelantó con rapidez para explicar lo que había sucedido, mientras James y Sirius permanecían en silencio, conscientes de la gravedad de la situación.

—Profesor Slughorn, fue un accidente... Intentábamos... hacer una broma y el caldero explotó —dijo Remus, con voz apresurada y preocupada.

Slughorn frunció el ceño mientras inspeccionaba el aula destrozada. Luego, su mirada se posó en Severus Snape, quien aún estaba sentado contra la mesa, con una expresión impasible pero claramente afectado por la herida en su cabeza.

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