Me acurruqué en los brazos de Alejandro, sabiendo que no importaba lo que el pasado hubiera traído, estábamos construyendo nuestro futuro juntos, lleno de promesas y posibilidades. Y así, en la calma de esa noche, nos dormimos envueltos en la certeza de que el amor había triunfado sobre cualquier adversidad que hubiéramos enfrentado.
En los días que siguieron, estaba feliz de que nos hayamos casado antes de que se cumplieran mis 4 meses de embarazo. continuamos fortaleciendo nuestro vínculo, preparándonos para dar la bienvenida a nuestro hijo y enfrentar juntos todos los desafíos que la vida nos presentara. Cada mañana despertaba con una gratitud renovada por la familia que habíamos formado, sabiendo que nuestro amor era más fuerte que cualquier obstáculo que pudiéramos encontrar en el camino.
Y así, nuestra historia de amor y compromiso continuó escribiéndose con cada nuevo día, una aventura llena de amor, confianza y la promesa de un futuro brillante juntos.
Nuestra boda se convirtió en un punto de referencia en nuestras vidas, un día lleno de amor y alegría que recordábamos con frecuencia. Las fotografías capturaban momentos de felicidad pura, con nuestras sonrisas iluminando cada imagen. Mostrábamos esas fotos con orgullo a amigos y familiares, quienes celebraban con nosotros el camino que habíamos recorrido juntos.
La aceptación de nuestra unión por parte de la familia se consolidó con el tiempo. Aunque al principio hubo sorpresa y preguntas, el amor y la conexión que mostrábamos hacia el otro fueron evidentes para todos. Mi familia encontró en Alejandro un compañero comprensivo y amable, mientras que la familia de él me acogió con los brazos abiertos, reconociendo el amor genuino que compartíamos.
Cada día, al despertar a su lado, agradecía por la oportunidad de tener a Alejandro como esposo y futuro padre de nuestros hijos. Había una sensación de plenitud en nuestra vida juntos, donde las dificultades del pasado se habían transformado en lecciones de amor y perseverancia.
Los preparativos para la llegada de los bebés nos mantuvieron ocupados y emocionados. Juntos elegimos el nombre, preparamos la habitación del bebé y nos preparamos para ser padres. Alejandro asistía a cada cita médica con entusiasmo palpable, sosteniendo mi mano con ternura durante cada ecografía, maravillado ante la imagen de nuestro pequeño creciendo dentro de mí.
En las noches tranquilas, antes de dormir, hablábamos sobre nuestros sueños para el futuro. Queríamos brindarle a nuestro hijo lo mejor de nosotros mismos, educarlo en un ambiente de amor y respeto, y apoyarlo en cada paso de su vida. Sentía una confianza profunda en nuestra capacidad para enfrentar cualquier desafío juntos, sabiendo que teníamos un sólido fundamento de amor y compromiso.
Al entrar en el cuarto mes de embarazo, empecé a notar cambios significativos en mi cuerpo. Mis pantalones favoritos ya no cerraban y mis blusas parecían encogerse. A veces, mientras me miraba en el espejo, acariciaba mi vientre y sonreía, imaginando cómo sería la vida con mi pequeño o pequeña. Los días se llenaban de sueños y expectativas, pero también de pequeñas molestias, como el constante cansancio y las náuseas que aún no terminaban de desaparecer, pero con la pastilla que me indico el doctor eso era la cura mágica.
Recuerdo la primera vez que sentí a mis bebés moverse. Estaba acostada en el sofá, después de un día largo en el trabajo. Fue como una pequeña mariposa que revoloteaba dentro de mí. Me quedé muy quieta, esperando que volviera a suceder. Y sucedió. Fue un momento mágico, una conexión directa con esa vida que crecía dentro de mí.
En el quinto mes, las pataditas se hicieron más fuertes y frecuentes. Empezaba a sentirme más pesada, y el simple hecho de agacharme para atarme los zapatos se convirtió en una tarea agotadora. Sin embargo, cada patada, cada movimiento, me recordaba que no estaba sola. Estaba acompañada por un pequeño ser que dependía completamente de mí. Eso me llenaba de una fuerza y una determinación que no sabía que tenía. Alejandro todo un divino siempre estuvo cuidándome en lo que necesitaba, me hacia muchos masajes en mis pies, espalda, mis piernas, mi vientre y me tomaba muchas fotos.
Al sexto mes, empezamos agregar más cosas y a preparar la habitación de mis trillizos, mis amores. Con Alejandro pintamos nuevamente las paredes de un color suave y coloqué tres Cunas hermosas que había elegido con mucho cuidado. Compramos ropa, y juguetes. Me perdía horas imaginando cómo sería el primer encuentro, cómo sería sostenerlos en mis brazos. Cada detalle en la habitación era un reflejo del amor y la esperanza que sentía.
El séptimo mes trajo consigo nuevas pruebas. Dormir se hizo cada vez más difícil, con las noches llenas de vueltas en la cama, buscando una posición cómoda. A veces, me levantaba y caminaba por la casa, hablando en voz baja como si mis bebés estuvieran ya nacidos, contándole mis sueños y mis miedos. Me sentía más conectada que nunca con esta pequeña vida, que parecía escucharme y responder con suaves pataditas. Alejandro comenzó a contarles cuentos todas las noches.
Llegó el octavo mes, y con él, una mezcla de emociones. La fecha del parto se acercaba y con ella, la ansiedad y la emoción. Mi barriga era enorme, y la simple idea de salir de casa se convertía en un desafío. Sin embargo, cada vez que sentía a mis bebés moverse, sabía que todo valdría la pena. Empecé a asistir a clases de preparación para el parto, y aunque algunas veces salía aterrorizada por lo que me esperaba, otras veces me sentía empoderada y lista para enfrentar lo que viniera.
Finalmente, el noveno mes llegó. Cada día se sentía como una eternidad, pero también sabía que cada día era un día menos para conocer a mis bebés trillizos. Preparé la maleta para el hospital con mucho cuidado, revisando y volviendo a revisar que no faltara nada. Las últimas semanas fueron una prueba de paciencia, con visitas constantes al médico y controles para asegurarme de que todo estaba bien.
Y entonces, una noche, mientras me preparaba para dormir, sentí la primera contracción. Fue como una ola de dolor que me recorrió el cuerpo, pero también una ola de emoción. Sabía que el momento había llegado. Entre respiraciones profundas y palabras de aliento, me dirigí al hospital, lista para conocer a mis amores, con los que ya soñe, estába esperando el momento perfecto.
Era más fuerte, más intensa, y algo en mi interior me dijo que el momento había llegado. Alejandro y yo nos miramos y, sin decir una palabra, supimos que era hora de ir al hospital. Rápidamente, cogimos la maleta que habíamos preparado con antelación y nos dirigimos al coche. Alejandro intentaba mantener la calma mientras conducía, aunque yo podía notar la emoción y la preocupación en sus ojos.
En el trayecto al hospital, Alejandro conducía con una mezcla de calma y urgencia. Intentaba mantenerme tranquila, hablando suavemente y recordándome las técnicas de respiración que habíamos aprendido en las clases de preparación. Cada contracción era más intensa que la anterior, y aunque el dolor era fuerte, el hecho de tener a Alejandro a mi lado lo hacía más soportable.
Llegamos al hospital, y el personal nos recibió con una mezcla de profesionalismo y calidez. Me llevaron a una sala de evaluación para verificar que efectivamente estaba en trabajo de parto. Las contracciones eran cada vez más frecuentes y dolorosas. Alejandro estaba a mi lado, sosteniendo mi mano y susurrándome palabras de aliento.
Una vez confirmado que el parto había comenzado, me trasladaron a la sala de parto. Me cambié a una bata de hospital y me acosté en la cama. Las contracciones eran intensas y a veces abrumadoras, pero el apoyo constante de Alejandro y del equipo médico me ayudaba a mantener la calma. Me conectaron a un monitor fetal para seguir el ritmo cardíaco del bebé y las contracciones.
Pasaron las horas, y las contracciones se volvieron más fuertes y regulares. Alejandro estaba a mi lado en todo momento, ayudándome a respirar y recordándome las técnicas que habíamos aprendido en las clases de preparación para el parto. Cada contracción era una prueba de mi resistencia, pero también un paso más cerca de conocer a nuestros bebés.
El dolor era intenso, y en un momento, pedí una epidural para aliviar el dolor. El anestesiólogo llegó rápidamente, y aunque sentí un pequeño pinchazo en la espalda, el alivio fue casi inmediato. Las contracciones seguían, pero el dolor era más manejable, y pude concentrarme mejor en el proceso.
Finalmente, llegó el momento de empujar. El médico y las enfermeras me dieron instrucciones claras y precisas, y Alejandro seguía a mi lado, sosteniéndome la mano y alentándome con cada respiración. Sentía una mezcla de agotamiento y determinación. Cada empuje me acercaba más a conocer a nuestros bebés, y aunque el esfuerzo era inmenso, no dejaba de pensar en ese momento tan esperado.
Después de lo que pareció una eternidad, escuché al médico decir que ya podía ver la cabeza primer bebé, segundos despues iba el segundo bebé y luego el ultimo bebé que era el tercer. Eso me dio una fuerza renovada, y con un último empuje, sentí un alivio inmenso cuando nuestros bebés finalmente salierón sin ninguna complicación alguna.
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Embarazada Del Jefe Millonario
RomanceNunca imaginé que mi vida cambiaría tan drásticamente tras conseguir el trabajo de mis sueños. Soy Valeria y siempre soñé con un ascenso, pero un encuentro inesperado con mi enigmático jefe, Alejandro Ferrer, lo cambió todo. Después de una noche de...