Capítulo V

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Oído

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Oído. Un estruendo...

Tacto. Pequeñas gotas chocando contra mi mejilla...

Gusto. Un fluido rojo escapando de mi labio inferior...

Olfato. Un... ¿olor?

Vista...

Abrí mis ojos hasta el límite al mismo tiempo que mi boca y... sentí como mi pecho comenzó a subir y bajar en un vaivén de latidos, palpitaciones.

Corazón...

Llevé mi mano a la cabeza, enredando entre mis dedos los mechones de cabello húmedo. Sentí un sumbido anordecedor que me hizo quejar.

Me levanté del suelo a duras penas para encontrarme con un cuerpo desnudo. Mi cuerpo. Cuerpo de carne, huesos y sangre.

Miré a mi alrededor y solo encontré... bosque.

Intenté caminar, pero todo parecía temblar debajo de mis pies, haciéndome volver a estampar mi cuerpo contra la tierra.

Y eso... dolió.

Sacudí la cabeza e intenté de nuevo. Un pies delante de otro, hasta que al fin conseguí dar unos pasos, logrando avanzar. Me apoyé de los árboles para evitar caer de nuevo.

«Demasiadas cosas sucediendo al mismo tiempo».

El sumbido en mi cabeza pareció hacerse más fuerte en tanto tenía mis nuevos sentidos a flor de piel.

Podía oír el cantar de los pájaros, los truenos en el cielo y el oleaje de la brisa entre las hojas de los árboles. Podía sentir el impacto de mis pies contra la tierra y las gotas de lluvia que caían sobre mi espalda. Podía sentir el sabor de ese fluido rojo que seguía escapándose de mi labio que sabía... sabía a... no sé a que sabía, pero mi labio duele, al igual que mi nariz en cada inhalación y exhalación que mi cuerpo no deja, no para de hacer. Por último, algo que alcancé a ver: una luz brillante que me tomó desprevenido en una carretera mojada, seguido de un fuerte impacto contra mi cuerpo que me dejó sin aliento.

***

«Despierta».

Lo volví a hacer: abrí mis ojos hasta el límite al igual que mi boca, pero a diferencia de la vez anterior ya no me encontraba en el bosque. Ahora tenía delante de mí a una mujer pelinegra y de finos rasgos, la cual se alejó al instante en que nuestros ojos se encontraron.

«¿Dónde estoy?»

—¡Gracias a Dios!

Exclamó una voz grave. Vi a un hombre acercarse a mí, quien parecía ser el dueño de la voz. Un hombre alto, castaño y de piel tostada.

—¿Estas bien, muchacho? —preguntó el hombre.

Retrocedí en mi sitio, en lo que parecía ser un... un... un algo.

Alba CelestialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora