Capítulo VI

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Los recuerdos llegaron a mí de manera súbita y atropelloda, como fuertes golpes repartiéndose por todo mi ser

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Los recuerdos llegaron a mí de manera súbita y atropelloda, como fuertes golpes repartiéndose por todo mi ser. Pero gracias a esos golpes de realidad comencé a recordarlo todo.

Los recuerdos en mi mente variaban entre cosas simples como: formas, colores, comida, adjetivos, adverbios, nombres, y más. Algunos eran insignificantes, pero necesarios. Parecieron estar bloqueados un tiempo, pero el escuchar el nombre de Mia fue como si oprimiera un interruptor que desencadenó todos mis recuerdos.

También había recuerdos recientes, como mi descenso del cielo, mi muy doloroso aterrizaje en la tierra, y más importante aún: el motivo por el que estoy aquí. El plan.

Sí, ese plan.

Mi cuerpo descansaba sobre una camilla. Mi respiración se había recomponido y mis latidos se habían normalizado.

Miré hacia la puerta entre abierta de la habitación. Distinguí a Susan hablando con unos hombres de uniforme azul: guardias de seguridad. Ella desvió su mirada hacia mí por un instante, y una vez que la platica terminó y los guardias se fueron, se adentró a la habitación y se detuvó una vez llegó junto a mí.

—Al fin desper...

—Susan, ¿qué me sucedió? —me apresuré a preguntar seguido de un quejido.

Susan abrió los ojos en grande a la vez que dejaba a medio pronunciar sus palabras. No entendí el porqué de esa reacción. No he dicho nada interesante, solo realicé una pregunta.

—¿Sa... sabes mi nombre? —preguntó en un susurro.

—Sí, claro. Recuerdo que Mathias te llamó así. Supusé que era tu nombre, ¿no?

—Sí, sí lo es... —luego de asentir con algo de desconcierto y asombro en sus ojos, explicó—: te quedaste inconsciente a mitad de la calle, pero no estas herido. Ya monitorié tus signos. Estas estable —lo siguiente que pronunció lo dijo con detenimiento y algo de intriga—: ¿quién eres?

—Eso... yo... yo no debería estar aquí. Tengo que irme...

Me senté sobre la camilla, dispuesto a levantarme e irme, pero Susan me lo impidió.

—Alto. No irás a ningún lado.

Tomó una banqueta que estaba cerca de ella y se plantó delante de mí.

—¿Cómo te llamas? —volvió a preguntar.

Su porte me daba la impresión de estar decidida a no dejarme dar ni un solo paso. Al menos no sin obtener respuesta. Tal vez si respondía a su pregunta me dejaría ir.

—Soy... —carraspeé— Ángelo.

—Ángelo. ¿Ángelo qué? —inquirió.

—Solo Ángelo —me encogí de hombros.

—Ya. ¿Y tus padres? ¿Qué hacías en el bosque?

Inhalé profundo, pensando en una respuesta coherente que no delatara que soy un ángel que bajo del cielo. Bueno, casi que caí mejor dicho.

Alba CelestialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora