Capítulo VII

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He oído relatos de como demonios se mezclan entre los humanos, ocultándose a su vez ante los ángeles

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He oído relatos de como demonios se mezclan entre los humanos, ocultándose a su vez ante los ángeles. Según, no cualquiera puede hacerlo, dado a que estaríamos hablando de un demonio muy poderoso y de un alto rango para realizar semejante transformación, con la libertad de hacerlo cuando le plazca.

Aunque eso era algo improbable, así que siempre pensé que eran solo eso, simples relatos. Estaba absorto de la posibilidad de que eso fuera cierto, pero tal parece si lo es.

Lo estoy comprobando con mis propios ojos.

Eso si, nunca imaginé que Damián fuera uno de esos demonios tan poderosos. Y ahora como humano, nunca me paso por la cabeza que este chico pudiera ser él.

Me siento tonto. Tonto por no haberme dado cuenta al primer instante de quien se trataba. Oculto tras ese rostro, el cual me atrevería a llamar angelical, que no es nada más que una fachada, se oculta su verdadera identidad. Su repulsivo ser.

«No me va a volver a engañar».

Me levanté rápido del suelo, limpié la sangre de mi labio y lo encaré.

—Vuelve a ponerme un dedo encima y juro que...

—¿Qué? ¿Vas a volver a lanzarme contra un campo de contención? —dijo sarcástico.

—No es mala idea, pero prefiero hacer esto.

Hice espacio entre los dos y realicé un movimiento con mis manos para materializar mi arco y flecha, pero... este nunca apareció.

Volví a realizar el movimiento. Nada sucedió.

«No tengo con que defenderme».

Damián dió un paso al frente, tomó mis brazos y los bajo a mis costados. Ante su cercanía retrocedí, pero atrás de mí había una pared que no me permitió el movimiento.

—¿Qué sucede? ¿Plumillas se a quedado sin flechas?

Hice caso omiso a su comentario y a ese ridículo apodo, el cual ahora pareció pincharme un nervio. Apliqué algo de fuerza sobre su pecho, logrando apartarlo.

—Si me vuelves a tocar no respondo —advertí, pasé junto a él y me dispusé a irme.

No sé que hace él aquí, pero eso es algo con lo que no quiero tener que lidiar. O al menos eso pensaba antes de oírlo preguntar:

—Oye, ¿qué haces tu aquí y, aún más inquietante, como humano?

Por la cercanía de su voz puedo intuir que me estaba siguiendo el paso. Me limité a seguir caminando e ignorarlo.

—Espera. Detente, Ángelo —su mano me tomó del brazo, desprevenido.

Mi mirada viajó a su agarre casi que de inmediato para luego mirarlo fijamente.

—Vale, te suelto —alzó sus manos —. ¿Vas a responder a mi pregunta?

—No tengo por que darte explicaciones.

Alba CelestialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora