2. El muerto

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Era mediodía y el sol se colaba por las persianas bajadas de la sala de autopsias, dándole un halo de misterio todavía mayor del que solía tener ya de por sí. Las paredes blancas del espacio reflejaban la claridad, mientras los instrumentos médicos brillaban bajo las luces fluorescentes. En el centro de la sala, sobre una mesa de acero inoxidable, yacía el cadáver del hombre que había encontrado Fina, cubierto parcialmente por una sábana.

Marta de la Reina, alta y de presencia imponente, se encontraba junto al forense observando el cuerpo con atención. Joaquín, un hombre de mediana edad con el cabello negro y una expresión serena, ajustó sus gafas y se dirigió a la inspectora.

—La causa de la muerte parece bastante clara —comenzó, señalando la herida en la cabeza del fallecido—. El golpe en la cabeza fue producido por un objeto contundente, probablemente algo pesado y con una superficie irregular. La hemorragia interna fue severa y no hay señales de que haya intentado defenderse, lo que sugiere que el golpe fue inesperado.

Marta asintió, tomando nota mental de cada detalle. Su mente funcionaba a toda velocidad, intentando ensamblar las piezas del rompecabezas.

—¿Alguna idea de cuándo ocurrió el ataque?

Joaquín miró sus notas antes de responder.

—Basándome en la rigidez cadavérica y la temperatura corporal, diría que la muerte ocurrió hace aproximadamente entre 12 y 15 horas. Por lo visto, no había signos de lucha donde lo encontraron, ¿verdad? Eso nos podría indicar que no fue asesinado allí mismo, sino que trasladaron el cuerpo ya sin vida hasta ese lugar.

Mientras Joaquín hablaba, Marta no podía dejar de pensar en lo extraño de la situación. ¿Por qué alguien se tomaría la molestia de trasladar el cuerpo hasta un lugar tan remoto? Y, lo más importante, ¿quién era el hombre y por qué alguien querría matarlo?

—Vamos a cotejar las huellas dactilares en nuestra base de datos, a ver si hay suerte y podemos identificar ya al fallecido —continuó Joaquín, acercándose a un ordenador al lado de la mesa de autopsias.

Mientras el forense decía esto último, la puerta de la sala se abrió y entró Andrés, compañero de Marta, con una expresión de urgencia en su rostro.

—No hará falta —dijo, interrumpiendo el procedimiento—. El muerto llevaba su móvil encima, hemos podido desbloquearlo y comprobar quién es.

Marta levantó una ceja, intrigada.

—¿Quién es?

—Es Jaime Berenguer —respondió Andrés, tomando aire—. El dueño de Berenguer Farma.

El nombre hizo que Marta se quedara inmóvil por un momento. Jaime Berenguer era conocido en la ciudad, un hombre poderoso con una gran influencia en el sector empresarial y político. Sus pensamientos se agolparon rápidamente: ¿Qué podía haber llevado a alguien a asesinarlo?

—Esto cambia las cosas —murmuró Marta, más para sí misma que para los otros dos hombres en la sala. Su mente ya estaba calculando los próximos pasos: hablar con la familia de Berenguer, revisar sus contactos más cercanos y, sobre todo, proteger la información hasta poder entender el verdadero alcance del crimen.

Joaquín y Andrés observaron cómo Marta procesaba la nueva información, conscientes de la tormenta de ideas que seguramente pasaba por su mente. Había un aire de tensión en la sala, mezclado con la luz que se filtraba por las ventanas, dándole a la escena un tono surrealista.

Finalmente, Marta se volvió hacia Joaquín.

—Necesito un informe completo lo antes posible. Y Andrés, asegúrate de que nadie más se entere de esto por ahora. Hay que manejarlo con cuidado.

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