14. El beso

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Marta llegó a casa y dejó las llaves en la entrada con un gesto automático. Dejó la caja de sushi en la cocina y, aunque sabía que debía cenar algo, la escena que acababa de presenciar le había quitado de lleno el apetito. Se sentó en la mesa y acarició a Melón, que se había acercado ronroneando, buscando su atención. Marta lo observó, sintiendo una oleada de ternura y tristeza al mismo tiempo.

—¿Qué haría sin ti, Melón? —Le susurró con una voz cargada de melancolía. El gato se frotó contra su mano, ajeno a la tormenta de emociones que atravesaba a su dueña.

Cerró los ojos un momento, intentando controlar la mezcla de celos y rabia que la estaban consumiendo, y se obligó a tomar un par de trozos de sushi, masticando lentamente, pero el sabor no lograba atravesar la amargura que sentía.

Su móvil empezó a vibrar, rompiendo el silencio de la casa. Era Fina, que la avisaba de que ya estaba abajo y no quería asustarla llamando al telefonillo. La inspectora, con un nudo en el estómago, abrió el portal y dejó la puerta del piso entornada, escurriéndose hacia el baño para ganar algo de tiempo; todavía no estaba preparada para encarar a la chica, no después de lo que había visto.

Fina entró en el apartamento, sorprendida de no ver a la inspectora. La casa estaba en un silencio casi sepulcral; si no fuera porque fue Marta la que le abrió el portal, se atrevería a asegurar que estaba vacía. Al acercarse a la cocina, vio la caja de sushi casi intacta sobre la mesa. Frunció el ceño, percibiendo que algo no estaba bien. Justo en ese momento, Marta salió del baño con el rostro serio.

—Hola —la saludó Fina con una sonrisa—. ¿Qué tal te ha ido el día?

Marta la miró brevemente y respondió un escueto "bien" mientras se sentaba en el sofá cruzando las piernas y encendía la televisión sin prestar realmente atención a lo que pasaba en la pantalla. Su mente seguía atrapada en la imagen de Fina con aquella chica rubia en la terraza.

La periodista, confundida por la frialdad de Marta, cogió la bandeja de sushi y se acercó a ella.

—¿No vas a cenar? —Le preguntó, recibiendo una negación con la cabeza y un gesto de desagrado como respuesta—. ¿Puedo comer un poco? No he cenado y tengo hambre.

Marta asintió sin mirarla, fingiendo estar concentrada en la pantalla. Fina se sentó en una de las butacas que había al lado del sofá y empezó a comer mirando también la televisión, pero sin poder evitar lanzar miradas preocupadas hacia la inspectora, intentando entender qué es lo que había cambiado.

—¿Estás bien? Te noto rara —le dijo, preocupada por su silencio.

—Sí —respondió la inspectora con una voz tensa y cortante, mientras seguía fingiendo interés en la televisión.

Los celos y la rabia contenidos crecían cada vez más en su interior, empeorando su malestar. Fina insistió, e intentó iniciar una conversación tratando de acercarse a la inspectora, pero cada pregunta chocaba con respuestas cortas y distantes, alimentando su frustración. Finalmente, se cansó de intentarlo y se levantó, visiblemente molesta.

—Voy a ponerme el pijama. Cuando te apetezca contarme qué te pasa, ya sabes dónde encontrarme.

Esas palabras hicieron que Marta saltase del sofá, incapaz de contenerse más.

—Lo que pasa es que te ha faltado tiempo para enrollarte con otra.

Fina se detuvo en seco, mirándola con incredulidad.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando?

—Te vi en la terraza con esa chica rubia —respondió Marta, soltando toda la rabia contenida.

Fórmula ocultaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora