20. El entierro

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El lunes empezó temprano para Marta, más de lo que habría querido después de lo larga que se le había hecho la noche anterior. Se levantó despacio, tratando de no despertar a Fina, pero apenas movió las sábanas, la periodista entreabrió los ojos y murmuró, algo desubicada.

—¿Qué hora es?

—Son las 7:30, aún es muy temprano, sigue durmiendo —Marta le dejó un beso en la frente, cálido, con la esperanza de que eso la ayudara a quedarse dormida de nuevo.

Mientras se vestía, echó un vistazo a Fina, que ya había vuelto a cerrar los ojos. Marta sonrió para sí, pero su mente no tardó en volver al día que tenía por delante. Iba a ser duro, sobre todo por la tensión acumulada con Andrés. No sabía qué esperar de él tras lo que había ocurrido en la cena de la noche anterior y cómo se había ido abruptamente de su casa.

Salió a la calle con la sensación de que el peso en sus hombros era más grande de lo habitual. La idea de la confrontación pendiente la tenía más nerviosa de lo que quería admitir. Llegó al lugar donde había quedado con Andrés y, tan pronto como lo vio en su coche, lo supo: la tensión iba a ser palpable. El agente no se molestó en ofrecer un gesto o un saludo a Marta mientras esta se acercaba. Entró en el coche con la sensación de que el aire dentro era más denso que fuera.

—Buenos días —dijo Andrés, sin mirarla.

—Buenos días —respondió Marta, incómoda, sintiendo que el ambiente entre ambos era casi irrespirable.

El silencio se estiró entre ellos mientras Andrés encendía el motor y ponía rumbo a Berenguer Farma. Marta se debatía internamente. Sabía que debía aclarar las cosas, pero no estaba segura de cómo hacerlo sin empeorar la situación. Finalmente, decidió intentarlo, antes de que esa incomodidad los consumiera.

—Andrés, creo que tenemos que hablar de lo que pasó ayer —dijo, tratando de sonar tranquila.

—Ahora no, Marta —respondió él con frialdad y la mandíbula apretada.

—Pero...

—Ahora no —la cortó, más tajante, sin mirarla siquiera.

Marta tragó saliva, sintiéndose más culpable de lo que había imaginado. Había pasado toda la noche dándole vueltas al tema, intentando encontrar la manera de arreglarlo, pero no sabía cómo. Aceptó su respuesta en silencio, volviendo la vista hacia la ventana. El trayecto transcurrió sin más palabras, solo interrumpido por el sonido de la radio, que llenaba el espacio entre ambos como una barrera invisible.

El edificio de Berenguer Farma apareció ante ellos y Andrés aparcó sin decir nada. Apagó el motor y soltó un suspiro antes de volverse hacia Marta.

—Sube tú sola. Te espero aquí —dijo finalmente, evitando su mirada.

Marta arqueó una ceja, intentando leer entre líneas. Estaba claro que Andrés necesitaba su tiempo.

—¿Seguro que no me vas a dejar aquí tirada como castigo por lo de ayer? —Bromeó, intentando aligerar el ambiente.

Por un segundo, el gesto serio de Andrés se aflojó, y dejó escapar una pequeña risa.

—Seguro, aunque te lo merecerías —respondió, volviendo a tensarse rápidamente.

Marta salió del coche con un nudo en el estómago, observando por un segundo el edificio que tenía frente a ella. Respiró hondo y se dirigió hacia la entrada. La conversación con Andrés todavía estaba pendiente, pero al menos sentía que habían roto algo de la tensión.

Dentro de Berenguer Farma, la luz blanca y fría de las oficinas la recibió con el eco de los pasos sobre el suelo pulido. Elena salió a su encuentro con una expresión de ligera sorpresa en el rostro.

Fórmula ocultaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora