CAPITULO 8

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EL SOL QUE NOS SALVÓ

Adam observaba el débil fuego que apenas lograba mantenerse vivo. Afuera la ventisca rugía con una furia indomable, impidiéndole salir en búsqueda de alimentos. Cada vez que se asomaba a la entrada de la cueva, la tormenta lo empujaba hacia atrás, negándole cualquier esperanza de encontrar sustento.

El niño, acurrucado entre mantas de piel, jadeaba y lloraba débilmente. Eva, sentada junto a él, intentaba calmarlo, su propio cuerpo estaba delgado y agotado por la falta de comida. Sin embargo, su mirada no mostraba el mismo temor que Adam sentía en su corazón.

"¿Cómo llegamos a esto?", se preguntó Adam en silencio, sus pensamientos eran una mezcla de desesperación y culpa.

"El invierno se adelantará", dijo Eva en su momento.

"¿Cómo lo sabes?"

"Mira el cielo, está cargado y con el frio que se ha levantado, vendrá una ventisca y luego nevará. Los animales también están apurados, ellos saben..."

Y como ella lo había predicho, el invierno llegó mucho antes de lo esperado, y antes de que pudieran prepararse adecuadamente, el frio había comenzado a invadir su refugio. Adam y Eva hicieron todo lo posible para abastecerse de alimentos y pieles, pero la caza se había vuelto escasa rápidamente. Ellos eran jóvenes, fuertes, y trabajaban todos los días, mas no prosperaban.

"El sol nos ayudará", dijo Eva intentado calmar a su esposo.

"¿Cómo puedes estar tan segura?, preguntó él, su voz cargada de preocupación.

"Lo siento en mi corazón. El sol volverá"

Adam no sabía que pensar. Cada día que pasaba, su esperanza se desvanecía un poco más. Intentaba mantenerse fuerte, pero el llanto de su hijo y la debilidad de su esposa lo atormentaban. No quería pensar en lo peor, pero cada vez era difícil ignorar la realidad.

Sabía que salir a buscar alimento era una sentencia de muerte, pero quedarse dentro sin provisiones era igualmente fatal. Su corazón se apretaba al escuchar los débiles jadeos de su hijo, que, a tan solo tres años, había sido golpeado por la fiebre y el hambre. Eva, a pesar de su delgadez y la palidez que había invadido su rostro, se mantenía firme. Pasaba horas acurrucada junto a Caín, lo cuidaba con ternura, susurrándole palabras de consuelo mientras Adam la observaba con una mezcla de admiración y dolor. Admiración por su fortaleza y su fe inquebrantable, y dolor por no poder hacer más para aliviar su sufrimiento.

"No puedo soportar verte a ti y Caín sufrir de esta manera", gimió Adam.

"Adam, esto está fuera de nuestro control", Eva le tomó de la mano y la apretó suavemente. "Confía en mí, el sol nos salvará", cerró sus ojos brevemente, como si estuviera haciendo una plegaria y acercando a Caín a su cuerpo.

Los días avanzaron, y la comida se había agotado hacía ya demasiado tiempo. Caín, frágil y con fiebre, apenas tenía fuerzas para llorar. Su cuerpecito temblaba de frío y su respiración era un eco doloroso en la cueva. Eva, sin pensar en su propia necesidad, le daba las pocas gotas de agua que conseguían derretir del hielo que el niño apenas podía tragar.

Una noche, mientras la ventisca rugía afuera, Adam se dejó caer al suelo, derrotado. Cerró los ojos, temiendo que, al abrirlos, lo único que encontrase sería la muerte reclamando a su familia. Esa noche, Eva le abrazó con fuerza, su cuerpo temblando no solo por el frío sino también por el esfuerzo físico y mental que le suponía todo esto.

Una mañana, cuando el viento dejó de aullar, Adam se levantó decidido. No podía quedarse más tiempo en la cueva sin hacer nada. Sabía que debía intentar una vez más salir en busca de alimentos, aunque las probabilidades estuvieran en su contra. Se acercó a Eva y le susurró al oído:

ERASE UNA VEZ: UN JODIDO ESCARABAJODonde viven las historias. Descúbrelo ahora