CAPITULO 23

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ADVERTENCIA

Esta historia es una obra de ficción inspirada en la narrativa de Caín y Abel. No pretendo representar los eventos reales de la Biblia ni cuestionar la interpretación de estos relatos, mucho menos faltar al respeto al texto sagrado o a las creencias de quienes lo valoran. Agradezco su comprensión y espero que disfruten de este capitulo.

Posibles errores, lo corregiré después ^^¨

:)


CICATRICES DEL PRIMER CRIMEN II 

El frío cortaba el rostro de Caín mientras ascendía la montaña. Sus pasos resonaban pesados en el silencio, roto solo por la respiración agitada de su familia delante de él. Cada año, este ascenso se volvía más pesado, no por la dificultad del camino, sino por lo que representaba. En otros tiempos, antes de la llegada de los ángeles, este día era especial, una celebración. Los recuerdos de entonces eran cálidos. Pero ahora, todo parecía un juicio constante. Las expectativas habían cambiado, especialmente las de su padre, que siempre le exigía más de lo que podía soportar. Si tan solo los ángeles nunca hubieran aparecido...

El pensamiento le aterrorizó. ¿Estaba culpando a los ángeles? Sacudió la cabeza, tratando de apartarlo. Pero la angustia seguía ahí, pesándole en el pecho. Deseaba que el día acabara ya. Sus ojos se deslizaron hacia su hermano, que caminaba tranquilo, mirando la ladera como si no sintiera el mismo peso que él. ¿Había sentido Abel alguna vez esa presión sofocante? Probablemente no. Abel era el favorito de los ángeles, y de su padre. Mientras que Caín... solo encontraba la decepción reflejada en los ojos de Adam.

"Extraño los días cálidos", murmuró Caín para sí mismo.

La llegada de los ángeles había sido un milagro, algo que inicialmente le llenó de felicidad. Pero junto a esa felicidad, se instaló un temor que no había podido ignorar: ya no era el ser perfecto que solía ser. Hacía tiempo que había dejado de serlo. Adam recordaba sus primeros días en el Edén, cuando sus palabras eran cánticos de alabanza. Se suponía que él, el primer hombre, era el más fuerte, el más sabio. Pero esa imagen se había desmoronado. Los ángeles se encargaron de ello cuando lo reprendieron por lo de Lilith y Eva en el pasado, haciéndole cuestionar si alguna vez fue realmente perfecto.

Miró sus manos, marcadas por cicatrices y callos. La tierra primitiva le había dejado sucio, desgastado. Ya no era el hombre impecable que una vez fue. Las arrugas asomaban en su piel y, aunque los ángeles no decían nada, Adam sabía que lo notaban. Ya no podía negar lo evidente: su tiempo de perfección había pasado. Pero en vez de mostrar su dolor, Adam lo escondía detrás de una obsesiva necesidad de perfección en sus hijos. Ellos no fallarían como él. No lo permitiría.

Caín fue el primero en sentir ese peso. Como primogénito, debía ser el mejor en todo. Adam lo empujaba a ser el más fuerte, el más hábil en la caza, el más eficiente agricultor. No había margen para errores. Los errores, para Adam, eran un eco de su propia imperfección. Abel, en cambio, parecía tenerlo todo sin esfuerzo. Y Adam lo veía como el modelo a seguir, lo que solo hacía más evidente cada falla de Caín.

"Apresúrense" gruñó Adam, incapaz de ocultar su irritación.

Caín levantó la mirada, triste. En sus ojos, Adam vio una súplica muda, una desesperación por ser aceptado. Pero en lugar de sentir compasión, Adam solo sintió incomodidad. Era como si un peso invisible presionara sobre su pecho. Y en lo profundo de su ser, una voz susurrante le dijera que había algo malo en lo que hacía. Sin embargo, rápidamente desechó esa idea, convencido de que esa incomodidad era solo una reacción inesperada, un capricho de su mente que no merecía atención.

ERASE UNA VEZ: UN JODIDO ESCARABAJODonde viven las historias. Descúbrelo ahora