CAPITULO 21

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Adam permanecía de pie frente a Carmilla, quien respiraba débilmente. La overlord había sido una rival formidable, más de lo que esperaba, y eso era algo que Adam no podía ignorar.

"Maldita sea... Lo diste todo", murmuró Adam, su voz áspera por el esfuerzo. "Me pateaste el trasero mejor que muchos en el torneo... Pero, al final del día, sólo hay espacio para uno"

Se había ganado su respeto, aunque eso era algo que no lo admitiría abiertamente.

De la abolladura cercana a la axila, producto de la explosión del escarabajo, desprendió la pieza de su armadura con un crujido violento, dejando al descubierto su torso y revelando el desastre que había debajo.

La explosión había destrozado parte del brazo izquierdo de Carmilla, que colgaba inerte, apenas sostenido por tendones destrozados. Las quemaduras se extendían desde la base de su axila hasta parte de su pecho, donde la piel estaba ennengrecida y desgarrada, exponiendo el tejido muscular subyacente.

Adam no vaciló ni por un segundo. Tomó su hacha guitarra y la incrustó en el pecho de Carmilla. La hoja angelical atravesó la carne con gran facilidad, mientras la overlord soltaba un suspiro ahogado.

"Bien. Ahora que sigue "dijo Adam desganado, sintiéndose como la mierda.

La furia de la batalla, el desgaste físico y mental se acumulaban, volviendo todo más pesado. Se tocó la cabeza, que de por sí ya dolía, pero ahora con una intensidad creciente. Su cuerpo estaba a punto de llegar a su límite, lo sabía. Lo sentía.

Pero el infierno no lo dejaría descansar. Ni por un segundo.

El sonido de golpes y patadas llegó a sus oídos desde el otro lado de la puerta. Sabía lo que significaban: los pecadores del Torneo de la Agonia esperaban su turno.

"¡Carajo! ¿Por qué tiene que ser así...?" masculló, frustrado y agotado. Siempre había algo más, siempre había otro enemigo. Empezaba a cuestionarse si esto continuaría.

Por primera vez, se permitió contemplar la idea de descansar... sólo unos minutos. Después de todo, no romperían la puerta, no fácilmente.

Con un gruñido, se dejó caer al suelo, apoyando su espalda contra la pared metálica de la bodega. Sus dedos rozaron las nuevas heridas en sus costados, cortesía de la vampira demoniaca.

"Genial, es como si estuviera sangrando oro. Lindo detalle, pero preferiría una puñalada menos" se quejó con una sonrisa torcida, intentando apartar la agitación.

Sin embargo, debajo de ese brillo celestial, había algo que lo inquietaba. Rojo. La sorpresa lo hizo fruncir el ceño. Había más rojo de lo que recordaba. Mucho más. Y eso... no estaba bien.

¿Qué mierda...?" murmuró, observando la mezcla celestial y mortal.

Algo andaba mal, y estaba relacionado con su enfermedad. Cada vez que su mente pensaba en ello, el cansancio que lo envolvía era distinto. No era físico, no era mental. Era un agotamiento del alma. Algo difícil de explicar.

Antes de que pudiera seguir divagando en su propia desgracia, un ruido de metal, uno casi imperceptible, lo sacó de sus pensamientos. Giró la cabeza, notando que se había olvidado de las hijas de Carmilla.

Una de ellas, con una mueca de dolor y sangre en sus labios, extendió su mano temblorosa y jaló la puerta de la bodega. Antes de que Adam pudiera comprender el objetivo de la mocosa, una horda de pecadores, los "muñecos de carne" a los que tanto aborrecía, irrumpieron en la bodega armados con armas angelicales. ¿Cómo carajos las consiguieron? No importaba. Ahora estaban ahí.

Adam se puso en posición de ataque y miró de reojo a Carmilla. O más bien, a su cuerpo, siendo arrastrado por sus hijas. Aún quedaban piezas de la armadura, y con ese vínculo, las hijas lograron invocar lo que quedaba del cuerpo de su madre, escabulléndose a través de un agujero en la pared que probablemente ellas mismas habían desprendido.

ERASE UNA VEZ: UN JODIDO ESCARABAJODonde viven las historias. Descúbrelo ahora