CAPITULO 22

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ADVERTENCIA: Posibles errores. Lo corregiré después, gracias por su comprensión.


CICATRICES DEL PRIMER CRIMEN 

El cielo comenzaba a desvanecer su negrura mientras los primeros destellos del amanecer se asomaban tímidamente por la empinada ladera de la montaña. Eva iba al frente, envuelta en pieles que la protegían del frío. Cada respiración suya era visible, formando pequeñas nubes de vapor en el aire gélido, mientras la neblina se alzaba lentamente alrededor de ellos.

Ese día no habría trabajo, no habría caza ni cosecha. Ese día lo dedicarían a la ceremonia de ofrendas. Pero ese día en particular era especial. La razón: sus hijos harían su primera ofrenda.

Adam alzó la vista hacía sus hijos.

Caín y Abel caminaban delante de él, en silencio, cargando canastas con frutas, verduras, y carne envueltas con esmero. Caín, el mayor, avanzaba con pasos decididos, siempre serio, con una concentración que Adam veía en su propio andar. ¿Era normal que fuese tan... serio? ¿Tan centrado en lo que debía hacer? No lo sabía.

Abel, por otro lado, era como una ráfaga de aire fresco. Caminaba junto a su hermano con una sonrisa despreocupada, moviendo la cabeza de un lado a otro. De vez en cuando dejaba escapar un suspiro, o hacía girar una piedra con el pie, como si no pudiera mantener la atención en una sola cosa por demasiado tiempo. Era extrovertido, vivaz, y a veces tan despreocupado que Adam no sabía si preocuparse o no.

No tenía manera de saberlo. Ni él ni Eva habían sido niños alguna vez. Quizá tuvieron la mentalidad de uno, como Eva lo había mencionado, pero vivieron en un contexto diferente. Por lo que era complicado deducirlo.

"Están cerca," murmuró Adam, aunque no estaba seguro de si lo decía para sí mismo o para que los demás lo escucharan.

Cada respiración suya era profunda, como si quisiera capturar algo más que aire: una conexión, una señal, una respuesta del cielo que tanto anhelaba. Y quizá, solo quizá, ese día la obtendrían.

¿Por qué iban a la montaña con ofrendas?

La tradición de subir a la montaña más alta comenzó cuando solo eran Adam y Eva. Habían aprendido, a través de sus propias vivencias y fracasos, que el mundo en el que ahora vivían era salvaje e implacable. Cada año, en la misma fecha, subían para dar gracias por la vida, por la comida que lograban obtener y por la posibilidad de seguir adelante, pese a las adversidades. Con la esperanza de que algún día puedan conectar nuevamente con el cielo.

En un principio, las ofrendas consistían simplemente en colocar algunos vegetales en un altar rudimentario que construían con piedras. Con el tiempo, esa ceremonia se convirtió en una celebración donde comían y bailaban. Adam sabía que, para Eva, el baile era su forma de pedir al cielo que no los olviden, que ellos seguían allí y que necesitaban su protección.

Cada movimiento de Eva era fluido, su cabello largo y oscuro se balanceaba con el viento mientras giraba, sus pies deslizándose por el suelo con suavidad. Los pliegues de su vestido se elevaban y descendían, y sus brazos se alzaban al cielo como si intentara alcanzar algo que no se veía. Adam, y ahora también sus hijos, quedaban hipnotizados por su danza. Mientras ellos creaban música con instrumentos rústicos hechos de hueso y madera.

"Es como si el cielo respondiera a cada uno de sus pasos", murmuró Adam.

Un paisaje tan azul y tan soleado, se cernía sobre ellos en esos días, como si también estuvieran atentos a su danza.

Para él, las ofrendas eran más que una tradición: eran un lazo con su origen celestial, una conexión con los ángeles que lo habían creado, aunque ese vínculo se sentía cada vez más lejano con el paso del tiempo.

ERASE UNA VEZ: UN JODIDO ESCARABAJODonde viven las historias. Descúbrelo ahora