Es la forma más resumida en la que puedo describir lo que pasó, lo que ahora soy y cómo llegué allí.Pensé en Ana María Shua y sus palabras: "Después descubrí que podría ser un pirata... manatí, horror o piedra". En el mundo de la palabra. Pero yo quería ir más allá.
Desde un principio no quería ser encontrada y pensé en morir, pero la muerte no me haría menos visible; alguien, en algún lugar, encontraría mi cuerpo.
Salí a caminar, a dar unas vueltas por la pequeña ciudad rodeada de árboles llorando hojas secas, una paleta hermosa de colores nostálgicos rodeaban mis pensamientos.
Pensé en seguir caminando sin detenerme, pero otra vez el mismo problema; alguien, en algún lugar, me iba a encontrar.
Ya estaba bastante lejos cuando llegó el momento de claridad. CAMBIO.
Era de lo más ingenioso, que cualquiera pudiera pasar por mi lado y ni siquiera mis más íntimos amigos pudieran reconocerme. En ese momento recordé a mi gata, sus parpadeos lentos llenos de cariño camuflados con esa indiferencia imperiosa que tanto caracteriza a los de su raza, sé que ella lo aprobaría.
Hace dos veranos que la perdí, pero yo sabía que ella había decidido cambiar para estar tranquila, para ya no rendir cuentas a nadie. Lo sé, porque una noche de lluvia intensa, en mi cama, se subió encima aplastándome, me miró fijo y profundo y lo vi, los ojos de un ser humano, un ser humano incluso más perturbado que yo.
Lejos de asustarme, me pregunté cómo demonios lo habría logrado. Quise preguntarle, pero había hecho tan buen trabajo que ya ni eso podía hacer. De todas maneras, su secreto estaba a salvo conmigo, aunque ahora ese último secreto, esa sustancia x, rayos gamma o residuos radioactivos me vendrían muy bien.
Ya era de noche, había caminado demasiado lejos de casa. Podía ver la luna, la diosa, dos caras de la misma moneda mirándome fijamente.
- Tengo que tomar una decisión- le dije desesperada.
La podía sentir dándome ánimos: -¿Y qué esperas? Preguntó sonriendo.
Empecé a buscar el edificio más alto que pudiese encontrar; como estaba cerca de una avenida pude visualizar lo que creo era un edificio de telecomunicaciones.
Pensé que sería más difícil entrar ilegalmente a un edificio como ese, pero solo tuve que saltar desde la casa de al lado; casi me rompo una pierna, pero entré. No necesité romper nada, después de un par de vueltas por la base del edificio encontré una ventana mal cerrada y, un tanto cínica, pensaba mientras me colaba, que sean quienes sean los que trabajen allí, probablemente odien este lugar y su trabajo.
Una vez dentro llegó el momento más difícil para mi cuerpo a abandonar: subir escaleras. Sí, los ascensores funcionaban, pero si de día me daban miedo, de noche me causaban terror. Tras muchos minutos de doloroso ascenso, finalmente llegué a la azotea del edificio.
La diosa me miraba con ojos acuosos. Sonriendo dije: ¡Estoy lista! Y las nubes comenzaron a agolparse cubriendola por completo. Sabía que no necesitaba pedir un deseo, hacer un conjuro o pedir un milagro; estaba en mí, siempre estuvo en mí, como seguro lo estuvo en Sandía en su momento (el nombre de mi gata me daba ánimos).
Me elevé; no quería que nadie me reconociera y mi rostro empezó a cambiar, no quería que vieran mi sombra y mi cuerpo la desprendió, no quería que notasen mi cuerpo y este se empezó a desarmar.
Arriba, arriba sin parar.
El último en desprenderse fue mi corazón, que me hizo sentir un deseo muy grande de decir adiós. Así que decidí bajar una vez más. Los llamé: golpeé sus ventanas, puertas y techos, incluso les llamé por los noticieros de la mañana.
Y salieron, poco a poco a un último adiós. Yo también los sentí, los sentí sonreír mientras les daba el regalo de no tener que llorar, ya que yo cubría sus rostros por completo, todo lo que nunca pudieron decir, les ayudé a sentir con mi nuevo cuerpo, con mi nueva forma, con mi nuevo estado.
Los sentí, sintiéndome a mí.
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Historias cortas
Historia CortaHistorias fantásticas no tan fantásticas de todos los días.