Perdí la cuenta de las tantas veces que pensé en qué te diría si tuviera la oportunidad de mirarte a los ojos. Si tuviera la oportunidad de sólo poder decirte una de aquellas palabras que tengo guardadas dentro mío. Quizás sólo el simple hecho de pensar en decir tu nombre en voz alta y que voltearas a mí, me volvía a poner triste. Cómo aquella vez que nos dejamos ir. Había días en los que pensaba si habías sido tú o había sido yo la culpable de esta historia. Llegué a la conclusión... que sea de quién haya sido la culpa; el sentimiento de dolor, al no tenerte, sigue siendo el mismo.
No había nadie en casa. Luego de un año de no intercambiar palabras con Evan, empezar la universidad fue un desafío más acompañado de poder olvidar todo lo que habíamos pasado juntos todos estos años anteriores. La luz de la pantalla de mi teléfono apareció, dejándose ver un mensaje de texto de mamá, preguntándome si estaba bien y si había almorzado. Mamá sabía que no estaba para nada bien desde hace unos meses. Podía felicitarme de no estar llorando todos los días, pero las recaídas por recordar que estaba enamorada de Evan, eran cada vez más fuertes.
Este no estaba siendo el mejor año de todos. La herida estaba abierta como cuando caes desde una bicicleta y tu rodilla se estampa contra el asfalto. La herida está allí por unas horas hasta que se cicatriza. La diferencia es que mi herida no paraba de abrirse. Una y otra y otra vez.
Por un momento decidí empezar de nuevo. Sabía que ninguno de los dos no estaba bien. Y también sabía, con exactitud, que él estaba transitando un duelo con respecto a otras personas y, tal vez, consigo mismo. Las veces que decidió marcharse sin dar explicación, más me convencía que debía dejarlo ir. Era su espacio y yo sólo estorbaba.
Tengo que avanzar, tengo que avanzar, tengo que avanzar, sólo repetía en mi cabeza. Respiraba hondo, me miraba a los ojos a través del espejo de mi habitación, y pensaba: Yo puedo. Pero... los días pasaban y pensé, mierda, a quién carajo engaño, ¿realmente puedo olvidarlo?
—¿Qué es lo que te hace tan especial Evan? —pregunté mirando la hoja en la que estaba escribiendo mi tarea. Una vez más, me encontraba perdida en lo que pensaba—. Mierda. ¿Qué tienes? No entiendo por qué sigues ahí.
Llevé suavemente mi frente contra la mesa. Las hojas volvieron a empaparse. Lo hacían de vez en cuando. Aún más en estás épocas, dónde las fechas resonaban por todos lados.
Llegó el sollozo desde mi garganta. Agradecía estar sola en casa. Escuchar la manera en la que lloraba, no sólo parecía una niña sino que era triste. Simplemente era eso. Triste. Pasaba cada día pensando, pensando y pensando en cosas que no tenía respuesta en estos momentos. Estaba segura que algún día se iría de aquí, y cuando digo aquí, es realmente aquí, en mi mente, supongo que de mi corazón también aunque sea difícil, y pareciera casi imposible, pero, mientras tanto, el proceso era doloroso.
—No sé si lo correcto es decir que me ignora —le dije una vez a Amy mientras estábamos encerradas en el baño. Mi hermana, aún siendo menor que yo, tenía que soportar verme así—. No es esa palabra la que quiero decir. Sólo... yo lo quiero más.
—¿Cómo es que tú lo quieres más?
—Es simplemente eso, Amy —respondí. Mis ojos estaban hinchados y seguía hablando con la voz quebrada—. Tal vez, algún día, volveremos a hablar, y estará todo bien. Para él, yo existo y quizás soy alguien. Pero para mí, es diferente. Y es lo que es. Nunca algo fue tan cierto, yo lo quiero más. ¿Entiendes? En un vínculo de dos personas, esas dos personas se quieren de la misma manera. Sienten lo mismo. Pero... en muchos otros casos, siempre hay alguien que quiere más. Soy ese más —la miré. Nunca fue buena consolando pero sí escuchando. Era lo que necesitaba—. Soy la que siempre lo quiso un poco más.
Al pasar las semanas, las ganas de conocer lugares nuevos por la ciudad de Florida se hicieron presentes en mí. Un jueves, por la mañana, decidí ir con mamá y Amy, a unos de los museos más increíbles de allí.
—Ponte ahí —me dijo mamá—. Vamos Amy. No pongas esa cara. Sólo tomaré una foto. A ver, miren hacia aquí.
Sonreí como es debido para una foto. Sin embargo, mi cabeza giró al oír un nombre y al ver unos cabellos rubios a unos metros de mí.
—Evan, por aquí —dijo una voz masculina.
Volteé rápidamente a mirar de dónde provenía esa voz. Era de un joven con cabello castaño. A su lado, otro joven, con cabello rubio y de espaldas. Fruncí el ceño.
—¡Jenna, saliste mirando para cualquier lado!
—¿Eh? —volví a mirar a mamá—. Lo siento. Me distraje. Otra vez. Saca la foto.
—Ya me cansé —dijo Amy alejándose de mí.
Aún estaba concentrada en lo que había pasado hace minutos atrás. Busqué con la mirada una vez más a la persona que acababa de ver. Ya la había perdido de vista entre tantas personas.
Sin embargo, mi pecho quedó oprimido. Una sensación amarga y nostálgica se encontraba dentro mío.
Odiaba esta sensación.
Odiaba esta sensación que venía de repente, por las mañanas, por las tardes, por las noches e incluso por las madrugadas. Era un sentimiento de inmensa falta que él me hacía.
El maldito sentimiento de extrañarlo.
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- La canción <3
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A Través De Mis Sueños
Roman d'amourJenna conoció y se enamoró de Evan Rogers cuando tenía 12 años. Eran dos niños detrás de una computadora teniendo un amor a distancia. Evan, desde Chicago, se contactaba a través de las redes sociales con Jenna, a quien había conocido por una compañ...