diecinueve.

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Si alguna vez me piden describir el olor a casa de la abuela, sin duda alguna podría decir que huele a café recién hecho, a comida recién preparada y a flores recién regadas. Y es que casi todas las casas de las abuelas huelen así. Ojalá pudiera coger el olor y guardarlo en un frasco y olerlo cada vez que echo de menos a mi abuela.

Mi abuela, que me crio mientras mis padres trabajaban. Que me daba desayunos dignos de príncipes y almuerzos de reyes. Que me cantaba una nana antes de dormir o me leía los cuentos con dulzura. Que me llevaba al colegio de la mano y cuando salía cargaba con mi mochila para que no me pesara. Que me daba dinero a escondidas, pero que yo usaba regalándole ramos de flores.

Echo de menos las tardes en el sillón mientras me contaba cómo mi abuelo y ella se enamoraron en una noche de verano en la plaza mientras jugaban a las cartas. O cómo su familia tenía un campo en el que tenían de todo. Desde huertos hasta ganado. Apenas tenían que comprar comida porque podían autoabastecerse.

El hecho de no poder verla tanto hace que se me atraviese es nostalgia y se me forme un nudo en la garganta cuando veo la pasión con la que Juanjo mira a la suya. Intento disimular la lágrima que me cae girando la cabeza y limpiándola con mi pulgar.

La mano de Juanjo hace acto de presencia apoyándose en mi pierna y dándome un apretón. Apoyo mi cabeza en su hombro mientras su abuela sigue contando.

-Cuando volví del supermercado, Juanjo tenía la cabeza metida en las rejas de la ventana y tuvimos que llamar a los bomberos para que nos ayudasen- agarra su mano mientras suelta una pequeña risa-. ¿Cómo es compartir piso con mi nieto?

-Pues cada día es una aventura.

Un café, un colacao, tres magdalenas y dos tuppers con galletas de mantequilla después, Juanjo se aferra a su abuela en un abrazo.

-Prométeme que no vas a tardar en venir.

-Lo prometo.

-Y tú, Martin. Vuelve también- se separa de su nieto despacio y se dirige a mí con los brazos abiertos. Su perfume me baña las fosas nasales, haciéndome guardar ese olor para siempre-. Hacía tiempo que no le veía a Juanjo ese brillo en la mirada. Y es cuando te mira cuando más se le ilumina. Hasta se ríe diferente. Le haces bien. Os hacéis bien.

Cuando me separo me doy cuenta de que lo último lo ha dicho en un susurro fallido y Juanjo llora como un niño pequeño. Y yo no puedo evitarlo tampoco. La madre de Nieves me sujeta por los hombros, haciendo que me agache quedando a su altura y deposita un beso en mi frente.

-Le prometo que voy a intentar que tenga ese brillo siempre. Volveremos pronto. Me ha encantado conocer el pueblo, pero sobre todo a usted.


El trayecto hasta Madrid es tranquilo. Aunque queríamos salir temprano, nos ha cogido el toro y lo que iba a ser las diez de la mañana, han sido las cinco de la tarde. El sol ya está escondiéndose dando paso a una luz dorada que entra por las ventanas del coche.


La alarma suena devolviéndome a una realidad con una rutina. Cuando me doy la vuelta, Juanjo ya está despierto y me mira sonriendo acariciándome la cara con suavidad.

-Buenos días- me acerco para darle un corto beso en los labios-. Voy a ducharme y me voy. Supongo que estaré aquí a la hora de almorzar, pero si ves que es tarde y tienes hambre, come, ¿vale?

Salgo a toda prisa de la cama porque sé que con dos palabras puede hacerme quedarme en la cama y escaquearme del ensayo.

Chiara me espera en la puerta, como todos los lunes, con dos cafés en la mano derecha. En la izquierda sujeta el móvil con el cual me graba llegando.

Pídemelo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora