Capítulo 2: Testimonio

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— Entonces Fate ¿Qué opinas del nuevo grupo? — preguntó Precia con una sonrisa, mientras le daba un sorbo a su taza de té.

Había tenido que levantarse muy temprano ese día para poder tomar el desayuno junto a Precia, su madre, en la cabaña privada de la misma, que también le servía como oficina. Tampoco era como si se hubiese tenido que esforzar mucho para levantarse. Como cosa rara, cada vez que empezaba un nuevo campamento sus horas de sueño tendían a ser bastante escasas, aunque eso era algo que no podía admitir frente a su madre.

— Parece un buen grupo — comentó Fate — Si nos esforzamos creo que lograremos el milagro.

Su madre sonrió complacida pero ella, en sus adentros, se retorció. El milagro le llamaban. Con cada grupo nuevo de chicas que llegaba su tarea siempre era la misma. Tenía que guiar a esas jóvenes perdidas a través de la oración, convencerlas de pedir con fe para que Dios tocara sus corazones y les quitara la mancha tan grande que había quedado en sus almas por el pecado tan horrible que se les había ocurrido cometer.

Ese pecado tan antinatural que Dios había logrado limpiar de su propia alma.

Amar a otra mujer.

Fate era el ejemplo de que, con una oración firme, se podía lograr cambiar. Eso era lo que predicaba su madre. Ella, a diferencia de su hermana, había decidido seguir el camino correcto. Su objetivo era que, con su guía, Dios también obrara un milagro en esas jóvenes que habían sido inscritas al campamento por sus familiares.

Solo que el milagro del que hablaba su madre era una mentira.

La mancha seguía allí. Ella no había podido cambiar lo incambiable y, peor aún, había decidido agregar otro pecado más a su larga lista: El pecado de la mentira.

Porque era una mentirosa. No podía decirle a su madre que le seguían gustando las chicas como le tenían que haber gustado los chicos, así que había optado por refugiarse en la mentira mientras, en sus oraciones, solo le pedía a Dios una oportunidad para poder escapar de las garras de su madre e intentar ser feliz, tal cual era.

— Cuento contigo para eso — confió Precia — Me gustaría que, en su primera reunión, les dieras tu testimonio Fate. Lo mejor para saber de primera mano que el milagro puede obrarse en ellas es conocer la experiencia de alguien que sí lo logró.

Y allí estaba otra vez. La petición de su madre.

— Desde luego. Si así lo deseas les contaré mi experiencia — afirmó Fate, sonriendo.

Su madre le dio algunas directrices adicionales mientras terminaban de desayunar, y durante todo ese tiempo Fate se esforzó en mantener la sonrisa comprensiva que la caracterizaba. Excusándose al llegar la hora, se levantó de la mesa y, luego de ayudar a su madre a fregar los platos que habían utilizado durante el desayuno, salió del lugar en dirección al centro de actividades para chicas.

El centro de actividades para chicas quedaba a algunos minutos de caminata de los dormitorios que asignaban a las ocupantes del sexo femenino. Otro centro similar, destinado para los asistentes de sexo masculino, se emplazaba prácticamente al otro lado del campamento. Ese otro centro, a percepción de Fate, era mucho más amplio. Aunque al inicio se había quejado, la excusa de su madre al darle más espacio a los chicos era que, sus actividades, al requerir a veces mayor uso de fuerza y actividad física, hacía necesario que dispusieran de más espacio a su favor.

Patrañas. Estaba segura de que muchas de las chicas también se interesarían en las actividades que estaban en el itinerario de los chicos, pero discutir con su madre era un caso perdido.

Al ver a lo lejos el grupo de chicas que esperaba por su llegada dejó escapar un sonoro suspiro, y se preparó mentalmente para esbozar su mejor sonrisa.

Arrepiéntete (NanoFate)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora