Capítulo 15: Arrepiéntete

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TW: Este capítulo contiene situaciones que son considerable, al menos para mi, como abuso físico y psicológico. Procedan con discreción.

Instintivamente, Fate se giró para ponerse frente a Nanoha, intentando protegerla del peligro que su madre representaba.

Había visto muchas veces a su madre molesta, más de las que podía contar con sus dedos, pero nunca la había visto tan fúrica como la notaba en ese momento, ni siquiera cuando su hermana se escapó de casa mucho antes de que alcanzara a tener conciencia de las implicaciones que tenía el hacer enojar a esa mujer.

Precia Testarossa estaba tan furiosa que un rictus de enojo había aparecido en su rostro y, uno de sus ojos, titilaba. Apuntando la luz de la linterna directo a sus caras, la mano que la sostenía temblaba como si la mujer se estuviera aguantando las ganas de golpearla con el objeto allí mismo.

Ni siquiera hincarse de rodillas e implorarle a Dios la salvaría del demonio castigador que había tomado posesión de la predicadora.

— Fue mi culpa — habló valientemente Fate — Ella no tuvo nada que ver, todo esto fue mi idea.

— No quiero escuchar nada de lo que tengas que decir — espetó Precia, acercándose peligrosamente.

— ¡Fue mi culpa mamá! — insistió Fate con terror en su voz, al ver como la mujer se dirigía hacia ellas.

Al tener a Fate al alcance de su mano Precia la tomó dolorosamente por una de sus orejas, haciendo que soltara un chillido de dolor. Nanoha intentó acercarse pero detuvo sus pasos en seco cuando la mujer se giró para mirarla, con la boca contraída en una fina línea y apuntándola nuevamente con la linterna.

— Tú — soltó con furia la predicadora — Regresa a tu habitación. Eres incorregible. Mañana mismo llamaré a tus representantes para que te lleven lejos de aquí. Y tú — siguió, dirigiéndose hacia Fate — Tendremos una conversación bastante seria. ¡Vamos! ¡Camina!

Fate se vio obligada a correr al lado de su madre para poder evitar los tirones de oreja que le proporcionaba la mujer cada vez que se atrasaba. Si intentaba girarse para ver si Nanoha la seguía, su madre solo tiraba de su oreja más fuerte, por lo que al tercer tirón y con los ojos llenos de lágrimas desistió de sus inútiles intentos de saber de la cobriza.

El silencio sepulcral del campamento a esa hora solo era roto por los apurados pasos de las dos figuras que salían del sendero y avanzaban entre las sombras por el camino hacia las oficinas de Precia.

Fate no sabía si había sido cuestión de buena o mala suerte el que no se hubiesen topado con nadie del staff durante el trayecto pero, conociendo el poder que ejercía su madre sobre el resto del staff, quienes seguían sus ideas como si de la salvación se tratase, sabía que no podía ganarse más que alguna mirada de compasión.

Nada ni nadie podía salvarla a esas alturas de la tempestad que se cernía sobre ella, y empezaba a sospechar que hasta su mismo Dios la había abandonado.

Cuando entraron a los aposentos de Precia fue que apenas la mujer la soltó de su férreo agarre.

— ¿¡Puedes explicarme qué fue eso Fate!? — exigió Precia

— Fue mi culpa — repitió Fate con un hilo de voz, por enésima vez.

Si tenía que hundirse para proteger a Nanoha lo haría sin titubear.

— Yo la sonsaqué — mintió — Se acercó pidiendo consejo y yo me aproveché de ella. Ella no tiene la culpa de nada, déjala fuera de esto.

— ¿Que la deje fuera de esto? — preguntó la predicadora, molestándose aún más — ¿Creíste que podías hacer lo que te diera la gana y no me iba a enterar? ¿Ah?

— Perdóname madre — rogó Fate — Fue mi culpa, te lo juro por Dios.

— ¿Así como me juraste que habías cambiado?

Esa mueca deforme que se había instalado en el rostro de la mujer era un intento de sonrisa. Fate sabía que la sonrisa de su madre en esos casos solo traía problemas, pero esa mueca no la había visto antes.

— Todavía te siguen gustando las mujeres ¿Verdad?

— Madre yo...

— ¡Dime la verdad! — gritó Precia, zarandeándola violentamente.

— ¡Sí! — confesó Fate, quebrándose — ¡Sí me gus...!

La bofetada que Precia le plantó en la mejilla fue tan fuerte que la hizo caer al suelo, aturdida. El dolor que se extendía por su cara no se comparaba al dolor del veneno que escupía Precia con rabia, con la locura destellando en sus ojos oscuros y una rabia visceral amenazando con volcarse sobre ella como un espeso lodo que solo la hundía más y más.

— Eres una vergüenza para la familia — le dijo Precia con crueldad — Aparte de estar manchada por el pecado eres una mentirosa. No sé qué hicimos para que Dios nos castigara con una hija como tú.

Cuando la mujer caminó hacia uno de los estantes de su oficina, y Fate se dio cuenta del cajón que abría, palideció.

Precia solo usaba el cinturón para casos especiales.

— ¡Mamá no, por favor! — suplicó la rubia, presa del terror.

— Cometí el error de no corregir a tiempo a Alicia — empezó a decir la predicadora — Pero no voy a cometer el mismo error contigo.

— ¡Con el cinturón no! — rogó Fate una vez más, mirando como la mujer se acercaba

— No voy a permitir que te quemes en el fuego eterno por desobedecer. Mi deber como madre es corregirte.

— ¡Te lo suplico! ¡Por favor!

— Esto me va a doler más a mi que a ti.

El golpe que le propinó Precia con el cinturón fue excesivamente violento, tanto que Fate tuvo que morderse el labio para no gritar. Uno tras otro, haciendo caso omiso de los sonoros sollozos de Fate, Precia estrelló la gruesa tira de cuero contra la humanidad de su hija, sin piedad y con alevosía, repitiendo la misma palabra con cada golpe, hasta el cansancio.

Arrepiéntete

Arrepiéntete

Arrepiéntete

Cuando terminó con la cruenta tortura jadeaba por el esfuerzo y Fate, hecha un ovillo en el suelo, intentaba protegerse la cara con las manos, desecha en lágrimas y con los labios sangrando profusamente de tanto que los había mordido para no gritar y alentar la furia de su madre.

— Cuando termines de llorar vete a tu habitación — dijo Precia, caminando hacia el estante para guardar el cinturón en el cajón — Sobra decir que estás castigada. No quiero ver que asomes ni siquiera un cabello fuera de ese lugar. No saldrás de allí hasta que el campamento se termine.

Antes de subir las escaleras, se giró por última vez, sonriendo decepcionada.

— Pídele a Dios que te perdone — agregó la mujer, antes de alejarse del lugar.

Fate no se movió de ese lugar, incluso a sabiendas de que su madre se había ido desde hace mucho. El dolor físico era extremo, pero el dolor que sentía en su interior era aún peor.

Lo más triste era que, aunque quisiera, no sería capaz de cumplir con la petición de su madre.

Precia le había pedido que se arrepintiera.

Pero incluso con la piel de su espalda en carne viva, y el sabor metálico de la sangre saturando su paladar, no podía arrepentirse de lo que había hecho.

No podía arrepentirse de amar a Nanoha.

Arrepiéntete (NanoFate)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora