𝐂𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝟒

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—𝘕𝘰 𝘮𝘦 𝘭𝘰 𝘰𝘳𝘥𝘦𝘯𝘰́, 𝘴𝘶𝘱𝘶𝘴𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘶𝘯𝘢 𝘱𝘦𝘲𝘶𝘦𝘯̃𝘢 𝘢𝘺𝘶𝘥𝘢 𝘯𝘰 𝘵𝘦 𝘷𝘦𝘯𝘥𝘳𝘪́𝘢 𝘮𝘢𝘭...—

Vivian Camille Coleman Ford

Tal vez pasaron días o tal vez inclusive semanas, no estoy segura, perdí la noción del tiempo, estando encerrada en este lugar lo unció que me preocupaba era no quedarme inconsciente después de las palizas.

Me habían inyectado algo en el cuello, no se que era, solo se que ahora estaba peor que nunca, mi cabeza daba vueltas. Las pocas cosas en las que podía pensar eran en Lilith y algunas cosas más que en mi mente estaban borrosas.

Estaba tirada en el piso de aquella habitación, tenía mi ceja abierta, mi labio roto, una mejilla morada, los brazos llenos de cortes, quemaduras, moretones y raspaduras, uno de mis ojos estaba morado y comenzaba a tomar un color amarillento.

Me habían dado descargas eléctricas por no querer decirles de donde sacábamos municiones, y por no querer decirle al grupo que se rindiera. Cada que me preguntaban algo y me negaba a responderlo, me hacían cortes en los brazos, me quemaban con cigarrillos o me golpeaban hasta dejarme inconsciente.

Muchas veces fueron las tres juntas.

Otras veces me golpeaban porque si, de repente entraban de la nada, mis débiles y patéticos intentos de defenderme solo ocasionaban que me golpearan aún más, aunque la mayoría de veces lograba hacerles unos arañazos o darles algún golpe.

Había podido ver a Lilith una cuentas veces, y mi preocupación por ella estaba a nivel máximo al ver su cuerpo golpeado y herido, casi tan herido como el mío.

La puerta se abrió de repente, alze la cabeza como pude, mi cabello estaba suelto y en mi coronilla había sangre seca, aunque esta no se echaba de ver tanto ya que era casi del mismo color que mi cabello, un poco más oscura y se notaba a la luz del día. Cosa que no veía hace...No se, perdí la cuenta.

Mi algo borrosa se enfoco en un Salvador que era pálido, y rubio, o tal vez castaño claro. No lo se. Era de aproximadamente unos veinte o veinticinco años.

-Muy bien...- murmuró acercándose a mi, cuando sentí como agarraba mis brazos con un cuidado que casi pareció irreal, me asuste y trate de retroceder, cosa que no sucedió porque mi abdomen y espalda me dolieron como el mismísimo infierno, solte un quejido- ¡No te muevas, te va a doler más!- me regaño mientras me agarraba como podía de los brazos y me dejaba sentada.

ALONNE 3: 𝐀𝐥𝐠𝐮́𝐧 𝐝𝐢́𝐚 𝐭𝐞 𝐥𝐨 𝐞𝐱𝐩𝐥𝐢𝐜𝐚𝐫𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora