21. Enérgico reflejo

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Había sido, cuanto menos, algo novedoso. Cahide estaba exhausta hasta los huesos; apenas lograba mantenerse en pie mientras observaba a Gönül organizar la tienda con una calma casi sobrenatural. Cada movimiento de la omega parecía calculado para no desperdiciar ni una gota de energía. No solo era sorprendente, era desconcertante. Cahide sabía que su rostro debía expresar el asombro, pero Gönül seguía como si nada, ajena al cansancio que se había apoderado de la alfa.

Desde su rincón, Cahide encontraba algo casi hipnótico en el modo en que Gönül arrugaba el entrecejo al estirarse para alcanzar las estanterías más altas. Veía la tensión en su cuerpo, el temblor en sus brazos al levantar los paquetes de lana, y cómo sus labios se fruncían en una concentración absoluta. Cuando Gönül mordía su labio inferior, parecía como si ese pequeño gesto pudiera disipar cualquier señal de fatiga.

Cahide no pudo evitar fijarse en el vaivén del cabello de Gönül, que caía en suaves ondas con cada uno de sus movimientos. Incluso en ese viejo vestido negro, desgastado por el tiempo, la espalda de la omega se marcaba de una manera que hacía que Cahide se sintiera revitalizada solo con mirarla. Era como beber del néctar de los dioses. Si no fuera porque sus fosas nasales se vieron invadidas por un olor que años atrás había aprendido a detestar, habría seguido contemplándola en silencio.

—Aquí tienes, Gönül —dijo Arif, dejando un papelito sobre el mostrador.

Las mejillas de Gönül se encendieron de alegría al reconocer el aroma de su amiga mientras guardaba las madejas de lana, ahora con manos algo torpes.

Cahide esbozó una sonrisa tensa al ver cómo Gönül giraba para tomar la pequeña hoja y sonreía al leerla.

—¿Cómo está ella? —preguntó Gönül, guardando lo entregado.

—Belkis dice que tiene un chisme... y que tenías razón —respondió Arif, divertido.

Gönül frunció el ceño, confundida, y estuvo a punto de girarse hacia Cahide cuando algo la detuvo. Miró nuevamente a Arif con incredulidad.

—No puede ser...

—No solo sí puede ser, sino que están organizando una cena para hacerlo oficial. Solo entre los más cercanos, claro.

Cahide los observaba desde el lugar en que había permanecido descansando hace ya unos minutos. No se sentía parte de esa conversación, y esa sensación de exclusión la incomodaba.

—Me voy, Gönül. Cualquier cosa que necesites, ya sabes dónde encontrarme.

—Lo sé, amigo. Ve tranquilo y... gracias —respondió Gönül con una sonrisa.

La omega miró a Cahide con una expresión serena, intentando ocultar el cansancio que amenazaba con controlarla. Pero, así como había aprendido a hacerlo en la cárcel, ella no se permitiría ser vencida por el agotamiento.

—Bueno, la tienda está casi lista. Solo me queda organizar la casa —dijo, mientras se acomodaba el cabello que se había aflojado de su broche y hacía cosquillas en sus mejillas, desapareciendo por las escaleras.

Cahide permaneció en la tienda, escuchando los ruidos que provenían del piso superior mientras Gönül se movía, organizando todo con la misma precisión con la que había trabajado abajo.

No ha parado ni un segundo. ¿Cómo lo hace?, se preguntó Cahide, sin saber cuán duro la ojiesmeralda trabajaba para todas en prisión, cuán duro entrenaba para mantenerse sana física y mentalmente.

Subió las escaleras, curiosa por el repentino silencio, y encontró a Gönül frente a un espejo, con un trapo húmedo y un diario en las manos, sin moverse. Simplemente se miraba a sí misma.

—¿Gönül? —la llamó Cahide, preocupada.

Gönül levantó la vista hacia el reflejo, sus ojos vacilantes antes de intentar recomponer su expresión. Cahide se acercó y se colocó a su lado.

—¿Estás bien? —preguntó Cahide con suavidad.

Gönül asintió, tragando con dificultad. Nadie le había advertido lo impactante que sería verse a sí misma después de tanto tiempo. No se reconocía. Sabía que era ella, pero se sentía completamente ajena a esa imagen.

—En prisión no hay espejos —explicó en un susurro, como si esa simple verdad pudiera justificar el shock que sentía en ese momento.

Cahide entendía. En la cárcel, los espejos eran un lujo prohibido, algo peligroso. Nunca había pensado en cómo sería para Gönül enfrentarse a su reflejo después de tantos años. ¿Cómo se veía a sí misma? ¿Nadie le había dicho lo bella que era cuando se relamía los labios?

—Dime qué piensas —le pidió Cahide.

Gönül suspiró, cerrando los ojos para evitar su propia imagen en ese espejo percutido.

—Pienso en lo que veo. Veo que realmente pasé veinticinco años en prisión. El tiempo es tan confuso allí dentro, te hace creer que estás enloqueciendo y no puedes dar cuenta de cómo los años se manifiestan en ti —su voz tembló—. Mis compañeras también envejecieron conmigo, pero ninguna lo notaba. Pienso también que Zeynep... que tú... han sentido el mismo impacto que yo. Es abrumador volver a verse —abrió los ojos— y saber que así es como te ven los demás.

—¿Te impacté yo también? —preguntó Cahide, con un tono suave pero curioso.

Gönül se dio la vuelta, alejándose del espejo, y se animó a mirarla.

—Un poco. Me gusta mucho cómo te ves ahora, con el pelo corto. Tu forma de vestir, de maquillarte... es un poco diferente. Has cambiado.

Los ojos verdes de Gönül la recorrieron de una manera que hizo que Cahide se estremeciera.

—Mírate —le pidió Cahide, girándola suavemente hacia el espejo.

La alfa deslizó sus palmas por los brazos de Gönül hasta tomar sus manos, haciéndola soltar las cosas para que pudiera aferrarse a ellas. La rodeó con sus brazos, atrayéndola hacia su cuerpo, disfrutando del suave aroma a caramelo que tanto le gustaba. Gönül sonreía, dejando que Cahide la envolviera, con las mejillas calientes. Y es que a las dos les encantaba sentir el perfume de la otra y saber que ese perfume pertenecía a un cuerpo físico capaz de hacerlas percibir ese hormigueo sensacional en el vientre.

La omega sentía vergüenza de mirarse, de notar en el reflejo la historia que su piel inscribía. Esas cicatrices que se asomaban por su hombro y escote, esa marca maldita que la unió al hombre más monstruoso. Se miraba a sí misma, tan pálida, con el contorno de sus ojos más arrugados, con los labios menos rosados, con su lunar canoso decorando su marea castaña. Y miró a Cahide, sus ojos oscuros paseándose por su piel y haciéndola desear que cumpliera con su promesa, que le demostrara cuánto la quería, que siguiera haciéndola sentir hermosa como lo estaba haciendo en ese momento, que sus ojos solo sean una previa de sus caricias futuras.

—Amo a la Gönül que veo ahora —susurró la alfa, confirmando que no quería a nadie más con ella.

Y en ese momento, no hicieron falta más palabras. Se miraron a través del reflejo, sintiéndose, sabiendo que de ahora en adelante se tendrían. ¿Qué podía ser más maravilloso que esa epifanía? Detenerse por unos minutos, contemplarse y saber que podrían besarse sin miedo alguno si así lo eligieran.💌

Addictive habit-[Gönul ve Cahide]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora