22. Velada

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Paciencia y perseverancia. Dos principios que habían regido su vida y que siempre creyó que le dieron el valor para no rendirse y conseguir sus objetivos.

Lo seguía creyendo mientras la miraba compartir, al otro lado de la mesa, la cena con sus hijas, nuera y nieta.

Todas ellas se encontraban alegres, conversando, contándoles sus vidas con una naturalidad que la conmovía. A veces, la incluían en la conversación para que añadiera información de anécdotas que recordaban difuminadas por haber sido muy pequeñas cuando sucedieron. Y Gönül la escuchaba hablar y la alfa temía que la atención fuera tal que llegase a escuchar su propio corazón retumbando bajo esa mirada que resplandecía e iluminaba sus mejillas.

Gönül reía y el interior de Cahide suspiraba cada vez que le robaba una sonrisa. La rubia pensaba en lo increíble que era sentir que mirar a la misma persona no podría jamás cansarla. La miraría de por vida y no se cansaría de sus rasgos, de sus gestos, de su presencia.

En un momento dado, Cahide llevó la mano a su pecho, como corroborando que el corazón no se le había escapado de allí cuando vio a la omega secar su cuello por el calor que hacía dentro de casa.

Paciencia, se dijo cuando sintió los colmillos extenderse ansiosos, como si fuera una joven y adolescente alfa que no sabía aún controlar sus impulsos.

Gamze notó a su madre nerviosa y le dio gracia porque nunca la había visto así, tan transparente, tan vulnerable. Volvió su mirada a Gönül. Ella también parecía estarlo y, aunque lo ocultara mejor que su madre, era capaz de ver como sus dedos temblaban y sus mejillas se calentaban cuando Cahide tomaba la palabra.

Gamze y Duru observaron a Zeynep y a las mayores, comunicándose como solo las hermanas podían hacerlo: a través de la mirada. Decidieron que era momento de darle a su madre un tiempo a solas con Gönül.

—Me hace feliz tenerte conmigo, mamá — dijo Zeynep, despidiéndose de ella en un abrazo para retirarse con las demás a dormir.

Gönül comenzó a levantar los platos, aún alegre, pero Cahide la detuvo, diciéndole que no se preocupara, que lo haría la empleada.

—Se ha hecho tarde, si no te molesta, volveré a casa, Cahide— dijo Gönül, comenzando a abrigarse.

—¡No!

La omega expandió los ojos, sorprendida.

—Quiero decir.... antes... acompáñame.

Cahide tomó su mano, arrastrándola hacia la oficina. Gönül reía, sin comprender qué estaba sucediendo. La alfa cerró la puerta tras ella y la miró, acariciando con las palmas las mejillas pecosas de la omega.

—No soporto un minuto más. No me perdonaré si te vas y no... yo realmente... quiero decir...

—Cahide, tranquila— sonreía Gönül, enternecida por la forma en que la alfa se esforzaba por hablar coherentemente y por las manos cálidas aferradas a su rostro.

La rubia inhaló, buscando un poco de tranquilidad para poder decir bien lo que le pasaba. Perseverancia.

—No soporto un minuto más sin decirte que a mí también me hace feliz tenerte de este lado de la vida, confirmar que no estoy loca por sentirme así por alguien a la que conozco más por caligrafía que por su físico, confirmar que a pesar de eso yo te quiero.

La omega ríe, más roja que nunca.

—Yo también te quiero, y mucho—respondió.

Cahide negó, frustrada, haciendo que la ojiverde frunciera el ceño.

—¿Que pasa?

—Pasa que te quiero, Gönül, ¿entiendes? Te quiero.

Y ése se sintió distinto.

Ése "te quiero" solo anunciaba que Cahide deseaba decir otras palabras, las que había utilizado hace unas horas cuando se miraron al espejo. Pero no podía, sentía que sería muy invasiva, muy intensa, que debía esperar.

Gönül acarició las manos de la mujer con aroma a manzana y giró el rostro para dejar un beso en la palma ajena, haciendo que una corriente recorriera el brazo de la alfa hasta hacerle pegar un saltito.

—Yo también te quiero, mi Cahide. Aunque por cartas no parecías tan tímida.

—Ah... ¿te he decepcionado?

—No... me has hecho humanizarte y quererte aún más.💌

Addictive habit-[Gönul ve Cahide]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora