24. Inocencia

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Los ojos de quien era la guardia de seguridad de su celda, Arzu, se expandieron horrorizados cuando vieron a Gönül  llegar con Cahide a su lado. No supo que hacer más que cerrarles la puerta en la cara, haciendo que la rubia mirase confundida a la omega, que rió ante tan boba actitud.

Del otro lado, Arzu tomó la muñeca de Belkis antes de que esta volviera a abrir la puerta, preguntándole que hacía Cahide allí. Su pareja no entendía, ¿qué tenía de malo la presencia de esa alfa en su casa? La beta no supo explicarse y vio con nervios cómo Belkis abría la puerta nuevamente para atender a las visitas.

—Cahide, espera—la detuvo Arzu antes de que pudiera llegar al comedor—. No sabía que tú vendrías. Sabes que siempre fuimos amigas. Por favor, no te enojes.

—¿A qué te refieres?

Entonces, por el pasillo se abrió paso esa fragancia que resintió el corazón de Cahide e hizo que apretara la mano de Gönül con intensidad repentina.

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No estaba siendo consciente de lo evidente que era, de lo transparentes que eran sus gestos. Mientras que Arzu se encontraba incómoda, pidiéndole todo el tiempo disculpas a Cahide, Belkis y Arif se divertían en silencio, sonriendo de manera cómplice ante el pequeño berrinche gestual de Gönül.

Para ella, el momento no tenía gracia alguna.

Sentía que el universo había conspirado en contra suya, haciéndola presenciar un encuentro inesperado e indeseado. Sobretodo indeseado. ¿Lo más hiriente? Que era hermosa, emanaba una elegancia y energía femenina que la hacían preguntarse qué era lo que la hacía tan distinta para que Cahide se atreviera a olvidarla.

¿Por qué estába ella allí?

Llevaba los pequeños baklavas a sus labios, sin poder prestar atención a su sabor dulce, sin disfrutarlo en lo más mínimo. Hace tanto que no comía baklava... y ahora que sabía que era uno de los dulces favoritos de esa mujer, anhelaba escupirlos. Su mente estaba inquieta, su cuerpo, petrificado.

Decidió hacer una lista mental de todo lo que estaba sintiendo.

Primero, comenzó a sentir como si una fuerza invisible la mantuviera anclada en su lugar: la dignidad. De no existir, todo el torbellino de pensamientos que azotaban su mente estarían descargándose contra esa mujer.

¿A quién le importa quedar en ridículo en este momento?, replicó su loba y ella tomó aire profundamente. Dignidad, dignidad ante todo. Esto no puede afectarme. No debe afectarme, no significa nada, pensó.

Pero, segundo, era muy difícil mantenerse en sus cabales cuando percibía cómo las feromonas ajenas intentaban posarse sobre Cahide con sutileza. Más difícil aún cuando veía cómo inclinaba el cuello para darle la mejor vista.

En un instante se sintió capaz de rebelarse contra esa fuerza dignificadora porque las ganas de apartar la mirada, de enfocarse en cualquier otro lugar, en cualquier otra cosa que no fuera la forma en que Cahide intentaba pasar por alto el aroma a canela que tan insegura la hacía sentir, la estaban consumiendo.

Tercero, miró sus propias manos, tomando con pulso fingido ese té que estaba frío y amargo mientras veía por el rabillo del ojo cómo Cahide cogía un baklava y lo comía con disfrute genuino.

Una llama interna comenzó a arder con fuerza, subiendo desde su estómago hasta su garganta y mejillas. Su cuerpo se tensó, como si cada músculo estuviera en alerta, ese té frío no logró apagar el incendio forestal que arrasaba con la arboleda de su piel, que escocía de no tocar a Cahide, de no demostrarle a esa mujer que la alfa era suya.

Addictive habit-[Gönul ve Cahide]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora