Gabriel

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Gabriel.




Intento hacer el menor ruido posible mientras salgo de la cama y me visto, la luz de la luna entra por las numerosas ventanas del cuarto, faltaba demasiado para que amaneciera, pero considerando el viaje que tenia de regreso mas todas las dudas que me asaltarían en cada paso, era mejor emprender vuelo ahora.





Apenas le dedico unas miradas a Daniel durmiendo en la cama a unos metros de la mía, capaz éramos extraños al seguir ocupando este cuarto cada vez que veníamos a visitar a mama, pero aun con los años que habían pasado ninguno de los tres había pedido o comentado el necesitar espacio. Éramos trillizos, y aun con todas las diferencias que teníamos uno del otro, disfrutábamos la compañía entre nosotros. Disfrutábamos nuestro tiempo juntos.



El silencio me acompaña a cada paso que doy fuera del cuarto, me gustaba estar aquí, no porque la manada Reimond se sintiera mejor, mis hermanos entendían ese sentimiento, este lugar nunca se sentiría como casa, porque nunca estaría unido a esta tierra como lo estaba con la manada Lacroix. Pero aun así prefería estar aquí, prefería vagar aquí y eso hacia que muchas personas se preocuparan por mi. Algo que no disfrutaba en lo absoluto, pero aun así no sabia como dejar de hacerlo, como dejar de preocuparlos o decepcionarlos.



En pensamientos así seria donde Haniel, mi padre, me diria que no decepcionaba a nadie y que todos me amaban tal y como era. Lo cual no era tan errado, todos a quienes quería, me apoyaban y respaldaban por quien era. Pero eso no le quitaba peso a que mis acciones hacían que muchos se preocuparan por mi.




Mi madre había dado mucho y sacrificado demasiado para que yo fuera un Lacroix de pies a cabeza, para que fuera un digno hijo de mi padre, para que haga de la manada Lacroix mi verdadero hogar.



Y no podía sentirlo.




Daniel había batallado horas enteras, días completos en intentar despertar en mi algo, algún instinto que me diera ganas de ser fuerte, feroz y poderoso. Un digno Lacroix orgulloso e invencible. Como el.



Y no podía serlo.



Maite vociferaba batallas contra todo desplante de cualquier persona sobre mi forma de ser, nunca se cansaría de proteger mi lugar como hijo de un alfa, como bestia alfa que era, como heredero de la familia.




Y no quería eso.



Aun con todo lo que tenia, con todo lo que me pertenecía, mis ojos aun buscaban mas, querían ver mas, necesitaba ser libre sin tener quien me sujete constantemente. Quería soltar completamente a esa bestia dentro de mi que día a día parecía sufrir mas su encierro.




• * *



—Eso huele delicioso—canturreo al entrar a la cocina.





Risas nerviosas se escuchan de muchas hembras jóvenes que no tendrían mucho tiempo trabajando en la gran casa. Sonrisas de madres acogedoras venían de aquellas mujeres mayores que me habían visto crecer y convertirme en quien era hoy. Tía Elena se cruza de brazos apenas doy con su persona, aun cuando lo intenta noto la leve sonrisa que quiere darme, además la calidez de su mirada la delataba.





La presencia de cierta mujer me hace desviar mis pasos un poco, Keira sonríe mientras beso su mejilla e instantáneamente me agacho a su vientre abultado, necesito unos momentos de concentración para escuchar ese retumbar palpitar dentro de ella, para sentir esa calidez desprenderse de su ser para llegar a mi.




My Wolf BabiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora