2

162 8 0
                                    

Jeff

Un escalofrío recorrió mi espalda al ver la antigua casa de la encuadernadora. Con manos temblorosas, me aferré a la bolsa en mi regazo y desvié la mirada. Mis ojos ardían y mi piel estaba marcada por rasguños, recuerdos de un día de trabajo en los campos. Debería estar allí, pero en cambio, mi padre y yo avanzábamos en silencio por un camino polvoriento. Desde el amanecer, no habíamos dicho una palabra, y el silencio era nuestro único compañero. Las palabras se agolpaban en mi garganta, formando un nudo amargo.

Miré a mi padre de reojo. El tiempo parecía haberlo golpeado más fuerte. Todos envejecieron durante mi convalecencia, como si hubiera dormido años. Finalmente, el carruaje se detuvo.

—Hemos llegado —dijo solemnemente. Un temblor me invadió.

Consideré rogarle que volviéramos a casa, pero sabía que sería en vano. Tomé la bolsa y, conteniendo el temblor, bajé del carruaje. Aunque nunca había estado allí, el sonido de la campana me resultó extrañamente familiar, como un eco de un sueño. Esperé, decidido a no mirar atrás hasta que la puerta se abriera.

—Jeff —una voz surgió de repente, y vi unos ojos castaños claros en un rostro pálido—. Bienvenido. Tragué saliva. Frente a mí estaba una anciana delgada, con cabellos plateados y un rostro surcado por el tiempo, pero con ojos brillantes como el amanecer.

Me invitó a entrar. —Seredith —se presentó—. Adelante. Dudé unos segundos en procesar su nombre. —Adelante —insistió, mirando más allá de mí—. Gracias, Puem. No había notado a mi padre, pero al girarme, lo encontré a mi lado. Con una tos disimulada, me susurró:

—Nos veremos pronto, Jeff. ¿De acuerdo?

—Papá... —intenté, quizás por última vez. Él evitó mi mirada, observando a la encuadernadora con impotencia y resignación. Luego, con un gesto incierto, volvió al carruaje. Intenté llamarlo, pero el viento arrebató mis palabras, y él no se volvió.

—Jeff —la voz de la mujer me atrajo de nuevo—. Adelante. Comprendí que no estaba acostumbrada a repetir las palabras.

—Sí —respondí. Sostenía la bolsa tan fuerte que mis dedos dolían. La mujer había llamado a mi padre "Puem", como si lo conociera de antaño. Di un paso, luego otro, hasta que mis rodillas flaquearon y la náusea regresó con fuerza. Me consumía la fiebre, pero a la vez me sentía helado, luchando por mantenerme en pie mientras el mundo giraba a mi alrededor. Había estado allí antes, y sin embargo, no había estado...

—Vaya por Dios —exclamó la encuadernadora, intentando sostenerme—. Tranquilo, muchacho, respira.

—Estoy bien —afirmé sin sentirlo. Y entonces, el mundo se tiñó de oscuridad.

El amanecer se filtraba juguetonamente a través de las cortinas, proyectando un baile de luces sobre el techo que me despertó. Me erguí, el corazón latiendo con fuerza inesperada. Solo estaban la habitación, los reflejos solares y yo. Afiné el oído, buscando el sonido de la vida animal. Tras el desvanecimiento, solo quedaban fragmentos de oscuridad y temor, retazos de pesadillas. Aquel desmayo, en los brazos de Seredith, debió ser el resultado del agotamiento del viaje, el dolor en mi sien, el sol cegador y la imagen de mi padre alejándose sin mirar atrás. Mis ropas descansaban sobre una silla; me vestí torpemente, evitando pensar en Seredith quitándomelas. Afortunadamente, aún conservaba mi ropa interior. La habitación era austera, con una silla, una cama, un baúl y una mesa junto a la ventana, adornada solo por cortinas pálidas. La ausencia de cuadros o espejos no me perturbaba; en casa, siempre evitaba mi reflejo en el espejo del pasillo.

Un silencio absoluto dominaba la casa. Al salir de la habitación, no encontré a nadie. Por un momento, consideré regresar a la cama, como un niño que busca refugio. Pero esa casa era ahora mi hogar. No podía permanecer encerrado para siempre. La escalera crujía con cada paso, resonando con ecos de un pasado antiguo. ¿Cuántos encuadernadores habrían transitado por aquí? ¿Acaso, tras la partida de Seredith, la casa pasaría a ser mía? Descendí con cautela, como si cada escalón pudiera ser el último.

Destino (AlanxJeff)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora