Extra 1

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Jeff

En los días posteriores a la dramática evacuación de Alan de su hogar, justo antes de que las llamas que él mismo había provocado casi le arrebataran la vida, reinó el caos. Como fichas de dominó, todos aquellos que su padre había mandado a encuadernar cayeron, uno tras otro, sin importar en qué estuvieran inmersos. Parecía ser su método predilecto para solucionar conflictos, sin importar su naturaleza.

El fuego no solo consumió la casa de Alan, sino que también devoró el taller de De Havilland, junto con todos sus preciados libros. Los empleados lograron escapar con vida, pero De Havilland no corrió con la misma suerte. La mitad de la ciudad había sido marcada por la encuadernación; casi todos se vieron afectados. Tras estos incendios, nada volvió a ser como antes. Si antes los encuadernadores eran temidos y odiados, ahora lo eran aún más. No comprendo por qué; al fin y al cabo, son las personas quienes toman sus propias decisiones. Nosotros no podemos actuar sin su consentimiento. Pero supongo que es más sencillo culpar a otros.

Alan se recuperó con sorprendente rapidez, aunque su semblante no reflejaba felicidad. Ansiaba que nos casáramos de inmediato, pero se vio obligado a lidiar con el torbellino legal que siguió al desastre. Prefería dejarlo todo en manos de los abogados, pero aún así, había un sinfín de documentos que firmar y declaraciones que hacer. Su padre sería juzgado y enviado a una prisión al otro lado del país. Su madre, por su parte, se había marchado con sus hermanas. Y él, como el hijo mayor, debía asumir la responsabilidad de resolverlo todo.

La vida y la familia de Alan se habían desmoronado en un instante. Su apellido ya no inspiraba temor ni respeto. Sin embargo, cuando se reveló lo que Alan había hecho y que él mismo había sido una víctima más de la encuadernación, las verdaderas víctimas salieron en su defensa, exponiendo los abusos de su padre. La gente comenzó a diferenciar entre Hemmawich padre e hijo al referirse a ellos.

Durante los primeros días, apenas hablamos. Acepté con gratitud la habitación individual que Pete me ofreció. Aunque estábamos comprometidos, aún solo éramos novios. La sola idea de que Alan intentara acercarse y que alguien nos descubriera o escuchara me llenaba de vergüenza. Al fin y al cabo siempre todo había sido en secreto.

Con el paso de los días, solo podía observar cómo la irritación de Alan crecía. Yo no podía hacer nada más. Conocía bien el incendio que una chispa de contacto podía desatar y prefería evitarlo. Pete se percató de la situación y no perdía oportunidad para burlarse, lo que solo aumentaba la frustración de Alan.

Una semana después, todo estaba listo y la boda se programó para el día siguiente. Pero, ¿Qué sería de nosotros después? Yo era un encuadernador, pero ya no quería serlo. Si olvidas aquello que te causó dolor, ¿Cómo aprenderás a evitarlo o a fortalecerte? Además, era granjero, pero dudaba que a Alan, quien había vivido toda su vida en la ciudad, le agradara la idea de mudarse al campo conmigo. Aún no lo habíamos discutido.

Pensé que ambos estábamos sin rumbo hasta esa noche antes de la boda, cuando finalmente debíamos planificar nuestro futuro.

"Está todo listo en el registro civil," anunció Pete con una sonrisa. "Una prima y yo seremos los testigos. Después, habrá un pequeño almuerzo aquí, muy íntimo, y luego... podrán volver a casa."

"¿A casa?" pregunté, mi confusión evidente.

"Sí, no hemos tenido oportunidad de hablar. Nos iremos al campo, si estás de acuerdo," dijo Alan, su sonrisa amplia y esperanzadora.

"¿A la casa de tu tío?" 

"Mi tío falleció hace poco y me la heredó. Sé que está un poco descuidada, pero podemos remodelarla a nuestro gusto. Con tu talento, estoy seguro de que podremos sacarla adelante. Pete insiste en ser inversor para tener una excusa para visitarnos con frecuencia. Además, estaremos cerca de tu familia; quizás algún día no me odien tanto."

Destino (AlanxJeff)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora