Extra 3

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Alan

Los días en la granja transcurrían serenos y cálidos. Contraté a varios empleados para que Jeff pudiera limitarse a supervisar las labores, mientras que yo me encargaba de la administración y el mantenimiento de las máquinas, tareas en las que me desenvolvía con soltura. Sin embargo, mi adorable omega, siempre terco, obstinado e independiente, terminaba trabajando tan arduamente como cualquier otro empleado. Pronto noté que la cocina no era su fuerte y la evitaba como si fuera la peste. Se levantaba temprano para visitar a las vacas, lo que me llevó a acostumbrarme a despertar aún más temprano para prepararle algo caliente y un pequeño bocado antes del desayuno oficial. Temía que, de no ser por mi insistencia, Jeff omitiría las comidas durante varias horas. Esa preocupación, de alguna manera, me llenaba de alegría.

Entre su independencia, fui haciéndome espacio, poco a poco. Jeff, además, era bastante tímido; no le gustaba hablar de ciertas cosas, pero era importante abordarlas como pareja. Por ejemplo, cuando le pregunté acerca de su celo, ya que deseaba que coincidiera con el mío. Aunque tenía entendido que la marca se encargaba de ello, no estaba seguro. Al mencionarlo, desvió la mirada y se sonrojó intensamente, sus ojos se agrandaron enormemente. ¿Cómo podía seguir pareciendo tan inocente después de todo lo que habíamos compartido? ¿Cómo podía ser tan encantador? Esa dulzura no era buena para mi corazón.

Aquel día comprendí que Jeff nunca se había preocupado por entender su condición de omega. Al parecer, siempre se consideró un beta y, al descubrirse omega, le dijeron que estaba defectuoso —algo que yo cuestionaría, pero él parecía aceptarlo— y continuó comportándose como si nada hubiera cambiado. Lo único que parecía confirmar el diagnóstico del doctor eran sus celos. Generalmente, sentía una molestia vaga que desaparecía con una dosis baja de supresor. Solo había experimentado un celo en su vida que no pudo detener, a pesar de aumentar la dosis del supresor. Al mencionarlo, evitó mi mirada y se excusó con rapidez.

Observé cómo su cuello se teñía de rojo. —¿Así que solo un celo? —me pregunté.

Recordé una época en la que me dijeron que estaba enfermo y no me permitieron verlo durante unos días. ¿Fue en esa ocasión? En aquel entonces, no me odiaba tanto; nos estábamos acercando lentamente. Reviví su reacción, mirando la puerta por donde había escapado, y me pregunté si había sido por mí, si había estado pensando en mí.

Días después, se me acercó con una expresión muy seria. —He estado pensando en tu celo. Deberíamos remodelar una habitación para cuando eso suceda —me dijo.

—¿Una habitación? —pregunté, confundido.

Me explicó que sus padres tenían una habitación aislada, con paredes de doble grosor y sin ventanas, para cuando llegara el celo, como medida de protección.

—Deberíamos hacer algo similar, es por tu seguridad —afirmó con tal seriedad que no pude evitar reírme por su genuina preocupación.

—Entiendo —respondí. No solo era que a él no le interesara mucho, sus padres son betas y tampoco les era fácil guiar a dos omegas. —Creo que cuando tenga el celo, deberías preocuparte más por ti que por mí —le dije mientras sonreía de forma juguetona.

Sus mejillas se incendiaron, su boca se abrió y se cerró, y se marchó indignado, quejándose de que todavía estaba preocupado por mi seguridad y otras cosas más.

Después de instalarnos, fuimos a visitar a la familia de Jeff. Sus padres y Way parecían contentos de verlo bien y saludable, pero me evitaban y me dirigían miradas llenas de desconfianza. Entendía sus dudas y su desprecio. Había hecho sufrir a Jeff, aunque nunca fue intencional. Y por ello, decidí dedicar mi vida a hacerlo feliz.

Destino (AlanxJeff)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora