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Jeff

Nunca había sentido tal quietud; todo estaba en calma, salvo por el débil temblor del agua por el coletazo de un pez rompiendo la superficie del lago. El sol se había escondido detrás de los árboles de la colina, pero el cielo seguía despejado.

—¿Jeff?

Miré a mí alrededor. Alan estaba de pie a mi lado. Tenía la camisa mal abotonada y un pico le colgaba más que el otro. Abrí la boca para hablar, pero lo único que pude hacer fue sonreír.

—¿Estás bien? Pregunto preocupado.

—Sí.

—Estupendo. —Señaló la hierba situada junto a mí—. ¿Te importa?

—No. Quiero decir que no me importa.

Él esbozo una amplia sonrisa antes de sentarse a mi lado. Encogí las rodillas contra el pecho para tratar de contener los escalofríos que habían empezado a recorrerme la espalda. Me gire sutilmente para verlo y me encontré con su mirada ya en mí. Nos miramos con brevedad y sonreímos. Después apartamos nerviosos la mirada de nuevo.

Después de un largo rato, él acercó la mano y me acarició la mejilla con los nudillos mientras me sonreía tiernamente mostrando sus perfectos hoyuelos. Luego me cogió de la mano y entrelazó sus dedos con los míos y algo en su gesto hizo que el corazón me diera un vuelco, igual que casi todo lo que había hecho aquella tarde.

Después. ¿Fue la noche de San Juan, cuando regresamos a casa dando tumbos como borrachos, besándonos en la oscuridad en el cruce de caminos antes de separarnos? Recuerdo ese beso, temerario y apasionado, tan desesperados por impedir que el otro se marchara, que acabamos con magulladuras. Una noche le besé en la frente bajo las estrellas, con el corazón desbocado; una bobada después de lo que habíamos hecho, pero me aterraba que se asustara. En otro momento él cogió una rosa bajo la sombra del muro y me la colocó en el ojal de la camisa, y cuando me salió una mueca de dolor se arrimó y me lamió la sangre del minúsculo arañazo que me había hecho una espina. El tiempo se tornó borroso, denso como la miel. Nada había cambiado y, sin embargo, todo era distinto; la vida proseguía, rebosante de dulzura, ordinaria y extraordinaria al mismo tiempo.

Y una calurosa tarde, conseguimos pasarla a solas en el lago. Se volvió hacia mí mientras exhalaba un profundo suspiro y en forma de queja me dijo:

—Me está costando mucho esto de solo vernos a escondidas.

—Lo sé. Le dije casi como en un susurro. Pensaba en Way. En lo que esto podría hacerle esto a Way. Aun cuando nunca hubo nada entre ellos, sabía lo que sentía Way y me dolía. Quizá con el tiempo él podría aceptarlo y perdonarme. Pero era muy pronto.

No había nada más que decir. Alan se apoyó en mí y yo incliné la cabeza y la pose en su hombro, sintiendo su confortable aroma. Se echó a reír un momento después, y se metió la mano en el bolsillo. Sacó algo y lo sostuvo a un lado para que yo lo cogiera. Brillaba.

—¿Qué es?

—Un anillo de compromiso. Lo compré en Castleford. Me dijo emocionado

Mi corazón se detuvo un instante. Lo cogí y le di la vuelta con los dedos. Era una sencilla alianza de plata con una piedra oscura, veteada de relucientes tonalidades que brillaban y se fundían cuando les daba la luz. Era precioso.

—Llévalo al cuello. Por favor. —Me cerró los dedos sobre el anillo —. Te conseguiré una cadena o algo así.

—Pero... —dije, aunque seguía sin comprender.

—Por favor, cuando ya podamos hacerlo público lo llevaras como se debe —me dijo con una súplica juguetona. Abrigaba esa esperanza.

—Somos granjeros. ¿Tus padres, tu padre, no...?

Destino (AlanxJeff)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora