Sin munición [König x Tu] (#3)

Capítulo 13

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El pitido que retumba en la oscuridad es intenso, similar a esas máquinas de pulso que se alteran cuando la situación cardiaca de un paciente se vuelve irregular. Pese a que es irritante, hay algo en ese sonido que me causa una sensación de familiaridad.

—"¿König?"

Intento moverme o ver más allá de la tiniebla mental pero es inútil. Dos de mis cinco sentidos no parecen estar funcionando como deberían, y mi audición es lo único que me ayuda entre tanta oscuridad.

—¿Dices que se desmayó de repente? —esa es la voz de un hombre, pero por alguna razón, no logro reconocer de quién.

—"Te quiero. —un susurro—. "Eres el hombre de mi vida..."

Está nueva voz es diferente, más suave y más reconfortante. Parece rodeada de una extraña estática que tampoco me permite reconocer de quién puede ser; pese a eso, el sonido rebota en los confines de mi mente y me hace estremecer.

—"¡Vas a morir, engendro!" —gritan desde otra dirección.

La oscuridad se disuelve para mostrarme una vieja habitación. Se nota que me encuentro acostado en la cama siendo más pequeño y más débil. Intento levantar mis manos, las cuales son detenidas por unas cadenas sujetas al cabecero. El lugar se ve polvoriento y solo distingo una caja de juguetes a mi izquierda.

Los objetos parecen distorsionarse al igual que mi visión. Es obvio que esto es un sueño, uno más real de lo verdaderamente posible. Intento asimilar un poco más del lugar, intentando saber de dónde conozco esto, pero de nuevo soy golpeado por un dolor en mi cabeza que me manda a la oscuridad en caída libre. El vacío en mi estómago va  acompañado de un fuerte viento que hace escocer mis ojos hasta que todo se detiene abruptamente.

—"¡No es justo!" —la misma voz suave y extraña de la oscuridad.

—"Es la única manera para protegerlo de sus recuerdos" —le responde la voz del hombre.

Intento concentrarme, tratar de descubrir la identidad de los que hablan pero es inútil.

—"¡Debes morir, asesino!"

Un dolor físico barre mi rostro. No es como el dolor de cabeza, al contrario, se siente mil veces peor. El lado izquierdo de mi cara arde en llamas justo cuando otra imagen aparece ante mi:

No distingo el rostro del hombre que parece someterme al suelo, lo cual no es necesario ya que mi atención solo cae en el cuchillo lleno de sangre que posa frente a mí, justo antes de clavarlo en mi rostro. El dolor es tan intenso y agónico que no controlo los gritos que brotan de mi garganta. Me escucho pedir ayuda, pedir piedad y llorar como si fuera un niño, no un adulto.