Capítulo Uno

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Estados Unidos, actualidad.
Hay jefes de trabajo que son bastante buenos y gentiles, pero hay otros que son todo lo contrario y te hacen odiar tu trabajo; este que yo tenía era de esos que te hacen la vida imposible. Así que me apresuraba para no llegar tarde al trabajo, y si lo hacía, este tipo iba a ser capaz de descontarme las horas, o los minutos; inclusive los segundos que llegara tarde. Y claro está que estaba en todo su derecho. La cosa es que tenía que soportarlo si quería ganar algo de dinero para poder tener algo de que vivir. Tomé mi abrigo, las llaves de mi auto y salí corriendo; casi brincando y me subí al auto, lo arranqué y salí disparada.
Llegué a las oficinas y el estacionamiento estaba atascado de coches.
— ¡Maldición, lo que me faltaba! — me quejé golpeando el volante con mis dos manos.
Salí del estacionamiento de mi trabajo para buscar uno de fuera, nada podría ser peor que pagar varias horas de estacionamiento. Llegué a uno que estaba cerca y me estacioné tan rápido como pude. Salí y volví a correr, esa mujer deportiva extrema que llevaba dentro la saqué como pude y al fin llegué.
Saludé a algunos que les hablaba en recepción con una sonrisa un poco apagada por la prisa y subí el elevador.
Estaba arreglando mi cabello, y llegué al tercer piso, ahí estaba mi oficina y entré.
— Hola Amy. — saludé a la chica de la oficina a mi izquierda.
— Hola, Jen. — me saludó — Oye, prepárate; Spark viene a hacer una supervisión. — me dijo con tono de preocupación — Yo que tú, arreglaba ese desastre. — señaló con la mirada a unas hojas desordenadas que tenía en mi escritorio.
— Gracias Amy. — dije comenzando a acomodar.
Vaya que si tenía un poco de desorden, desde papeles con bocetos hasta varios bolígrafos y útiles por toda mi oficina, tomé un montón de papeles para acomodarlos y al girarme después, vi a Spark, mi jefe. Subí la mirada lentamente y él solo observándome recargado sobre mi escritorio con el rostro tenso, moreno y de poca paciencia.
— Llegaste tarde, Dowth. — dijo después de unos segundos — Te reportó Sofía.
— Si... em, lo que pasa es que el estac... bueno que el estacionamiento estaba lleno y tuve que sali... — me interrumpió.
— Por eso se llega temprano, Dowth. — me sonrió sarcásticamente — Varios minutos antes de tu hora de entrada, no después. — siguió con la sonrisita.



Me quedé en silencio sin dejar de mirar su rostro.
— Tienes más papeles que firmar, desde ayer para ser exactos, y no has terminado ni uno. — me dijo dejándome más papeles en mi escritorio.
Yo firmaba los papeles de contrato a empleados para que fueran llevados con el gobierno para ser aceptados, mi firma era como una comprobación de que podían llegar al gobierno. Y tenía que leerlos de principio a fin sino el golpe de gobierno sería directo a mi.
Ya sé, que gran estrés, pero tenía que hacerlo.
Y siempre pasaba lo mismo como todos los días, no sabía a que diablos de hora pensaba llegar a casa, siempre se me hacía tarde. Como ven; para todo, de hecho.
Yo vivía sola y en una casa que sé que era muy bonita de color blanco y gris, mis colores favoritos.
Si tenía familia, mis amigos, ya que mi madre me abandonó de recién nacida, dejándome con una tía y no sé si tuve hermanos, y mi padre falleció en mi nacimiento, eso me lo contó mi tía, que decía que mi madre decía eso. A ella la consideraría mi segunda madre pero desde que me hice independiente, no sé nada de ella.
Pero bien, después de trabajar y trabajar terminé mi segundo libreto de firmas. Y la hora me había salvado, las 12:30 era mi hora de almuerzo. Y salí de la oficina dirigiéndome al comedor, pero me agarró mi jefe Spark antes de que pudiera escapar.
— Necesito hablar con usted señorita Dowth. Ahora mismo. — su rostro de verdad era de amargado. Así que preferí seguirlo.
Entramos a su oficina y me dijo que tomara asiento, y lo hice.
— Bien, le pido que esto que tengo que decirle, se lo tome con respeto y no lo hago nada más que para mejorar estas oficinas.
"Si claro" pensé.
— No me gusta su actual forma de trabajar señorita Dowth, ha cambiado mucho en los últimos meses. Antes en un día terminaba ocho papeleos firmados, ahora sólo hace dos y a lo mucho tres. ¿Qué sucede?
No sabía que responder así que decidí quedarme callada, y sólo poner cara de niño regañado.
— Responda. — me insistía.
— No lo sé, yo me he sentido igual. Con el mismo entusiasmo en este trabajo. — le dije mirando al suelo.
— ¿Es por mi? — preguntó y levantó una ceja.
— ¿Usted? No, no tiene nada que ver. — le dije temblorosa.
— No es verdad, no mienta. — me alzó la voz.
— ¿Por qué tendría que ser usted? — traté de no levantar tanto la voz o me iba a echar.
— He oído cómo se queja de mi con sus compañeros. — me dijo enfadado
— Perdón, pero yo vengo a trabajar no a decirle a la gente quien me cae y quien no.
— Eso mismo le digo. — casi me grita. — Estás son oficinas, para venir y trabajar.
— Es lo que hago. — dije y le torcí la mirada.
— ¡No me desvíe la mirada así! — entonces me gritó.
— Alto de levantarme la voz. — respondí.
— ¡No me haga hacerlo! Ahora ¡ah! estoy cansado de su actitud. — me dijo agitando su mano hacia la derecha. — Ahora vaya a descansar a casa, y regrese mañana con mejor desempeño.
Era algo exagerado y para todo se ponía en un carácter espantoso, pero si en algo tenía razón es que si me sentía rara los últimos días.
Salí del trabajo y fui a casa. Tal como me había dicho.
En el camino llamé a Anna, mi mejor amiga, que del coraje no pase a despedirme de ella; si, trabajaba en las mismas oficinas que yo.
— Jen. ¿Te has ido a almorzar sin mi? — pude notar su sonrisa sarcástica del otro lado del teléfono.
— No Ann, adivina quién me ha dicho que me vaya a casa y vuelva mañana. — me quejé.
— No es cierto, qué sucede con ese tipo. Ahora mismo voy y pongo la cara por ti amiga. — sentí por su respiración que en verdad se levantaba de su oficina.
— No Ann, déjalo. Tal vez si me venga bien descansar un rato. En fin. — bajé la mirada por unos segundos. — Te hablé para decirte que tendrás que ir sola a almorzar.
— ¿Bromeas? Tengo amigos en la oficina Jen. — se echó una risita. — Ninguno como tú, por supuesto, pero bueno amiga, te veo mañana. — sentí su sonrisa.
— Cuídate amiga, bye. — me despedí y colgamos.
Había llegado a mi casa, iba entrando por la pequeña puerta en la barda que la rodeaba, guardé el coche y el cielo era totalmente gris, apunto de llover. Saqué las llaves de mi bolso y entré, lancé mi abrigo y el bolso al sillón. Y subí quitándome las zapatillas cafés de trabajo, las dejé a un lado de la puerta de mi recámara, entré y me recosté.
A los quince minutos me quedé totalmente dormida, pero el chillido de un águila me levantó de un jalón, alto... ¿águilas por aquí? No, imposible.
Todo estaba normal hasta que me decidí levantar y me asomé a la ventana, lo que veía era increíble.
Un bosque totalmente real, así lo sentía.
Los árboles verdosos de un tono más fuerte, las plantas y flores preciosas como en primavera. Los pajaritos cantando en una tonada sin igual, el aire era demasiado y se sentía muy fresco. ¿Pero cómo, si estaba a punto de llover?
Pero el ruido de los golpes en mi puerta me despertó, diablos ¿quién era?
Bajé de la cama y mientras me ponía los zapatos y bajaba las escaleras, pregunté.
— ¿Sí diga?
— Buenas tardes, venimos a hablarle de la palabra del señor. — dijo la voz de un hombre maduro.
Corrí y abrí la puerta.
— Estoy por salir, será otra día. De todos modos, gracias.
Él asintió, se retiró y cerré la puerta.
Fui al comedor y tomé un vaso de agua helada, no podía olvidar lo que había visto en la ventana. Tenía que estar alucinando, seguro que los gritos de mi jefe me habían aturdido la memoria. Subí a la habitación y volví a mirar por la ventana. Nada, más casas en frente y de nuevo el cielo avecinando una tormenta.
Pero un extraño movimiento por mi auto, me despistó. Demonios ¡dos chicos le quitaban las llantas!
Uno de playera verde con gorro negro y el otro con short y gorra negra.
— ¡Hey, no, llamaré a la policía! — grité bajando las escaleras y poniéndome mis tennis.
Abrí la puerta y ya estaban a la siguiente cuadra del vecindario, cruzando la calle corriendo y yo los seguí.
Llegaron a un pequeño crucero de entre todas las casas, cuando estaban cruzando hacia el otro lado, de golpe un camión pasó por encima de ellos, antes de que pudiera alcanzarlos.
— ¿Qué demonios? — dije murmurando y deteniéndome — Por Dios ¡Ayuda, llamen a emergencias! — comencé a gritar mientras de nuevo corría hacia ellos.
Llegué y algo extraño fue que no había ni un sólo rastro de sangre, sus cuerpos en perfecto estado, pero ¿cómo? Si el impacto había sido tremendo. Miré hacia dónde había ido el camión, pero tampoco lo veía; y la avenida era larga y sin calles por donde doblar.
La cartera del de la playera verde y gorro negro estaba tirada al pie de su rodilla, la tomé para tratar de identificarlo.

The Flashlight (En proceso de edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora