Espectadora.

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Ser espectadora en la vida de mi amor,
un papel que el corazón no eligió,
donde los días pasan en un fulgor,
y el alma en silencio, sin voz, calló.

Veo sus ojos brillar en horizontes lejanos,
sueños compartidos, promesas de antaño,
pero en mi pecho, un eco de pasos insanos,
un susurro que convierte en mentira el engaño.

Soy la sombra que observa sus anhelos,
un suspiro que se pierde en la bruma,
mi amor se deshace como castillo en los cielos,
y en la distancia, nuestra pasión se esfuma.

Quisiera ser la luna que ilumina su camino,
pero mi lugar es el de la estrella distante,
testigo de un amor que se vuelve divino,
en un cielo donde soy siempre visitante.

En mi pecho, un vacío que late,
una herida que nunca sana,
mi amor por él, como río que abate,
pero soy espectadora, nunca su dama.

Así contemplo su vida, su risa, su llanto,
sin poder ser más que sombra al margen,
con el corazón encogido en el canto,
de un amor que no encuentra su viaje.

Mi ser se desgarra en esta dulce tortura,
de amarlo sin poseerlo, de verlo sin tocarlo,
espectadora de un amor que es pura locura,
en un teatro donde jamás podré amarlo.

Las noches se vuelven eternas vigías,
donde los sueños se cruzan sin juntarse,
soy la vela que arde en sus fantasías,
pero en su realidad, no puedo anclarse.

Los días transcurren como oleaje incansable,
cada ola lleva sus promesas y esperanzas,
yo, náufraga en su mar inmutable,
veo pasar su vida en lontananzas.

A veces, su risa resuena en mi pecho,
como eco de un amor que nunca cesa,
pero es su felicidad, mi lecho,
donde mi amor se queda y reza.

Rezo por ser más que una observadora,
por ser parte de su esencia y latido,
pero el destino, cruel y traicionero,
me ha hecho testigo de lo nunca vivido.

Sus manos, que acarician sueños lejanos,
su voz, que canta melodías sin nombre,
soy el faro que ilumina sus planos,
pero en su vida, sólo soy sombra de hombre.

Cada mirada suya, cada gesto,
es una daga que hiere sin razón,
quiero ser el abrigo en su inclemente invierno,
pero soy espectadora de su estación.

El tiempo, implacable y certero,
deshoja los días como flores de invierno,
mi amor, un secreto que guardo entero,
en este papel de testigo eterno.

Y aunque mi corazón clama por ser más,
aunque mi alma sueña con tocar su ser,
sé que en su vida soy sólo un espejismo fugaz,
un amor que observa, sin poderlo tener.

Así sigo, en este amor sin consuelo,
una espectadora de su vida y su vuelo,
con el alma en vilo, el corazón en duelo,
amándolo en silencio, sin un solo velo.

Diario de Penélope. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora