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Al día siguiente el sol brillaba sobre un cielo despejado, rodeado por un halo blanco que avisaba del frío helador que hacía fuera del apartamento.

Hyunjin despertó tarde y encontró a Felix en la mesa del taller, junto a él se acumulaban los bocetos en los que había trabajado durante la mañana. Tuvo que recordarle que tenían que ir a casa de su hermana y apresurarle para que se diera una ducha, algo que acabaron haciendo juntos y que ninguno desaprovechó para cobrarse la noche que les habían robado. Aunque Felix odiaba los retrasos, a veces su sentido del tiempo se deformaba y eso solía pasar cuando había trabajo o sexo de por medio. Así que llegaron tarde, algo que también propiciaron el tráfico y la nieve.

La casa de Ryunjin siempre olía bien. Incluso cuando aún vivían con sus padres, su habitación tenía un perfume especial, fruto de una extraña obsesión por los inciensos y los aceites aromáticos. Aquello derivó en algo productivo: tenía una tienda de velas cuyos aromas y formas diseñaba ella misma. Su éxito fue tal que en poco tiempo pudo comprar su propio

apartamento en el centro. Cuando entraron el olor de la lasaña lo impregnaba todo, pero no llegaba a ocultar los perfumes de las velas encendidas en el comedor. Ryunjin salió a recibirles vestida con una camisa de cuadros de franela y unos pantalones vaqueros. Había heredado el pelo rojo de su madre y los bucles de su padre y se parecía increíblemente a Felix.

Su sonrisa ligera les dio la bienvenida antes del abrazo de rigor con el que apretujó a su hermano mayor.

—¡Hola, hermanito! Ya pensaba que os habíais olvidado.

—Soy tu hermano mayor... ¿Y cómo me voy a olvidar de algo que hago todas las semanas? —la corrigió Felix poniendo los ojos en blanco.

—Yo también me alegro de verte. ¡Hyunjin! —Su novio tampoco se libró del abrazo—. ¿Cómo estás? Ha habido mucho caos en el centro estos días.

—Sí. Y me temo que solo ha sido la introducción. Después de unos días de respiro, dicen que vienen nevadas peores. —Hyunjin se inclinó para besar su mejilla—. Estás preciosa, Ryunjin.

—No te voy a dar más postre por reconocer lo obvio. Ve poniendo la mesa. Felix, ¿echas un vistazo al horno? Así aprovecho para hacer una llamada y después seré libre del todo. —dijo desapareciendo antes de que pudieran contestar.

Bola y Raspa, las gatas de la mujer, les observaban desde el final del pasillo. Todavía no conocían demasiado a Hyunjin y no se acercaban cuando llegaba de visita. Sin embargo, cuando Felix entró en la cocina corrieron al interior. La de color gris, más grande que su hermana, empezó a maullar con exigencia, frotándose contra los tobillos del pintor.

—Bolita, preciosa —la saludó y la acarició al hincar la rodilla en el suelo. Puso la voz más aguda, hablándole en un tono ridículo y meloso que Hyunjin solo le había escuchado dirigir a los animales—. No puedo darte chuches, tu mamá se enfada. Y con razón, te pusieron muy bien el nombre. Eres una tragona.

La otra gata, atigrada y más estilizada, se acercó y se sentó frente a él, entrecerrando los ojos. Felix le devolvió el gesto y el animal ronroneó sonoramente. Le usaron de parapeto cuando Hyunjin entró a por la vajilla, reacias a abandonar la cocina, pero alerta con el intruso.

—Voy a tener que dárselas yo para que no me odien.

Felix se metió la mano en el bolsillo y le dio dos galletitas para gato como si estuviera pasándole droga.

—Toma. Si tú no dices nada, yo no diré nada.

Se dio la vuelta para mirar el contenido del horno y así no ser testigo del crimen. Enseguida escuchó un bufido. A Raspa no se la compraba con facilidad. Hyunjin tuvo que dejar las galletas en el suelo y apartarse antes de suspirar y cargar platos hacia la sala de estar, permitiendo que se lo comieran tranquilas.

Obsesionado (JILIX)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora