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El lunes fue un día pesado, triste y poco productivo. Han fue puntual y diligente, pero Felix no se sentía demasiado inspirado y ninguno de los borradores llegó a convencerle, acentuando la pesadumbre y el mal humor que arrastraba desde el día anterior. Sam estaría muy ocupado toda la semana y apenas podría contestar sus mensajes, mucho menos visitarle o sacar tiempo para quedadas nocturnas. Casi lo prefería, pues no quería mentirle sobre los motivos de su desánimo. El martes suspendió el trabajo para hacer unas compras, comer fuera y llevar a Bola al veterinario, tras un café rápido con su hermana. La veterinaria confirmó lo dicho: la gata estaba sana, pero demasiado gorda, y debían ser estrictos con la dieta. El miércoles salió el sol, derritiendo parte de la nieve del tejado. El goteo imparable, una suerte de lluvia artificial, animó el espíritu del pintor.

Por la tarde había recuperado el ánimo suficiente para sentirse ansioso por la llegada de Han y por ponerse a trabajar. El sol le ayudaba, pero evitar pensar en lo que lo hundía en la oscuridad también era clave. Le había ido bien así durante años y sin necesidad de terapia. Pensar en contarle sus movidas a un psicólogo le hacía sentir tremendamente incómodo. Y para eso tenía el arte.

Estaba preparando el café cuando sonó el timbre, con esa agradable puntualidad que tenía la firma de su modelo. El aroma ya inundaba el espacio abierto del estudio, creando un ambiente acogedor y privado en comparación con el frío del exterior.

—Pasa. El café está listo.

Han colgó su abrigo seco en el perchero y tomó asiento con aire taciturno. Tenía sombra de ojeras, nada demasiado exagerado, pero visible en contraste con su palidez habitual.

—Me viene bien, no he dormido demasiado.

—¿Una mala noche o una buena noche? —preguntó Felix poniendo el humeante café con leche ante él.

—Mala. Iba a acercarme a alguno de los pubs que me recomendaste, pero no estoy en un momento especialmente sociable. —respondió el chico removiendo la cuchara con pesadez.

—Lo entiendo. Yo llevo unos seis años así... —respondió el pintor riendo por lo bajo. Dejó su taza sobre la mesa de trabajo y empezó a preparar un nuevo lienzo—. ¿Estás de humor para comenzar hoy con los desnudos?

—¿Seis años? Entonces la mitad de esos bares habrán cerrado. —comentó con media sonrisa—. Sin problema. La casa está caliente y el café me espabilará. ¿Habías pensado algo en concreto? Sentado, tumbado...

Felix se mesó la barbilla. Llevaba días sin afeitarse y el vello de su rostro se había descontrolado, aunque no llegaba a tener un aspecto desaliñado.

—De pie. Pero termina el café con tranquilidad y entra en calor.

Mientras hablaba fue hasta uno de los estantes que llenaban las paredes del espacio del estudio. Allí había cajas, telas y trastos de todo tipo, todo en un perfecto orden y limpio. Buscó hasta encontrar una vieja linterna de cristal y hierro oxidado. Colgaba de una cadena y dentro podía colocarse una vela para alumbrar. El objeto chirrió cuando Felix lo sujetó en alto.

—Sostendrás esto a media altura, como si estuvieras detenido en un camino oscuro y no supieras si avanzar. De medio perfil.

—¿Tienes velas? No solo quedaría bien, además solucionaría el problema de no advertir el paso del tiempo.

—Sí, claro. —El pintor rebuscó en una caja en los mismos estantes y sacó varias velas. Una de ellas, una pequeña vela de té, la colocó en el interior de la lámpara—. ¿Tú también pierdes la noción del tiempo?

—Me abstraigo con facilidad. —El chico estaba acabando el café y se levantó—. No es una virtud, es un problema de atención. A nadie le gusta ver a alguien callado y con la mirada perdida en sus mundos, aunque me esté siendo útil para este trabajo.

Obsesionado (JILIX)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora