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Los domingos eran difíciles para Felix. Tenía una relación extraña con ellos, nacida tal vez en los días de escuela, cuando significaban el final de la libertad que le daban los fines de semana. De adolescente, aunque tuvo trabajos que rompieron esa norma, la pesada melancolía de los domingos siguió sin perderse ninguna de sus citas. Pero de todos los domingos tristes que recordaba, ese, tras la ruptura más absurda que había sufrido, era el peor.

Apagó el móvil para no tener que hablar con nadie. Y no tenía claro si no estar solo empeoraba la situación, pues fue una compañía horrible durante todo el día, aunque intentó dejarse ver lo mínimo posible para no pagar su mal humor con Han. Al menos, su presencia le hacía sentir seguro y si probó bocado fue por no hacerle el feo de no comer lo que había cocinado. Cuando llegó la noche se dio cuenta de que apenas había cruzado palabra con el chico y trató de compensar viendo un par de capítulos con él antes de irse a la cama sin demasiado entusiasmo por despertar al día siguiente.

El lunes amaneció nublado, a juego con los ánimos que se cocían entre aquellas paredes. Felix encendió el móvil al levantarse por pura costumbre, casi dormido, para encontrar dieciocho llamadas perdidas de su hermana.

Era la última persona con la que quería hablar en ese momento, incluso por encima de Hyunjin, porque a ella tenía que llamarla si no quería que se presentara en casa y la cosa fuera peor. No era lo mejor para empezar el día, pero se armó de valor y le devolvió las llamadas.

Tardó pocos tonos en responder, estaba en el trabajo y puede que tuviera un cliente. Pero si estaba lo bastante cabreada, no se lo pensaría para gritar delante de cualquiera, a riesgo de que todo Pine Creek se enterara.

—¡Ah, hombre, estás vivo! Me alegra saberlo, porque estaba a media hora de aprovechar el almuerzo y abrir a trompazos la puerta, rezando para no encontrarte bebiendo aguarrás o colgado de una viga del estudio.

Sí, a juzgar por el tono y las exageraciones, estaba muy enfadada. Suspiró y se frotó el rostro con una mano. Enfrentarla sin café en las venas era una idea nefasta.

—Buenos días, Ryunjin. Nunca he mostrado tendencias suicidas, no debería preocuparte eso. No me van esos rollos a lo Romeo y Julieta.

—¿Cómo se supone que debo sentirme si mi hermano es capaz de pensar que yo tendría algo con su pareja? Explícamelo, Felix, porque de verdad soy incapaz de llegar al proceso mental que hayas tenido. Y no sabes hasta qué punto me duele y me ofende.

—¿No ha quedado claro que soy gilipollas con todo esto? Esa es la única explicación que necesitas. No sé por qué lo pensé. No sé por qué me sentí como me sentí cuando os vi en el coche y Hyunjin me mintió. —Suspiró de nuevo y se dejó caer en los cojines—. Iba a dejarlo pasar porque me parecía una locura, pero discutimos, me cabreé y metí la pata hasta el fondo. Tú no tienes nada que ver con eso.

—Pues hay que pensar antes de decir tonterías. Y sí, eres un gilipollas. Y esos balbuceos no van a conseguir que deje de sentirme mal. Ni él, porque también tiene lo suyo en cabezonería y ya te aviso que de momento no tiene intenciones de llamarte ni de coger el teléfono. ¿Te sentías solo? ¿Por qué no le sugeriste que se fuera a vivir contigo? ¿No viste que lo estaba esperando, si hasta yo me di cuenta?

Hubo un silencio que sirvió como respuesta: acababa de enterarse.

—Yo qué sé... No se lo pedí porque creía que no me aguantaría una semana entera y en cuanto me conociera me dejaría. En fin, si tiene algo de positivo, es que ya puedo dejar de tener ese miedo.

—Sí, porque la has cagado a lo grande. ¿Y qué pasa con el crío? Hyunjin dice que te gusta, pero quiero oír tu versión. Y piénsatelo bien, porque aunque lo dudes, es la que creeré y valoraré.

Obsesionado (JILIX)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora